14/03/2011
BALLET CONTEMPORANEO DEL TEATRO SAN MARTIN
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, que actualmente dirige Mauricio Wainrot, fue creado en 1977. Es decir que en 2007 la compañía celebró treinta años de actividad ininterrumpida como cuerpo artístico permanente. Hecho trascendente para una compañía argentina de estas características en tanto significa aprovechar los valores de la continuidad, la experiencia y el crecimiento sostenido, que le han permitido consolidar un nivel artístico de excelencia tanto en nuestro país como en el extranjero. Para muchos, el Ballet Contemporáneo es en la actualidad la compañía de danza más destacada de Argentina.
Ese recorrido que encuentra hoy al Ballet en un momento de grandes logros y reconocimiento, tuvo su antecedente más inmediato en el elenco de danza que dirigía Oscar Araiz y que estuvo vinculado con el Teatro San Martín entre 1968 y 1971. Pero la compañía como tal se inició cuando Kive Staiff, Director General y Artístico del Teatro San Martín por aquellos años, convocó en 1977 a la bailarina y coreógrafa Ana María Stekelman para ponerla al frente de lo que en ese momento se denominó Grupo de Danza Contemporánea del Teatro Municipal General San Martín. Posteriormente, en 1988, la compañía adoptó el nombre definitivo con el que hoy se la conoce.
En distintos períodos la dirigieron también Norma Binaghi, Lisu Brodsky y Alejandro Cervera, Oscar Araiz, Andrea Chinetti y el propio Mauricio Wainrot, en dos ocasiones, la segunda de las cuales comenzó en el año 1999.
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín ha realizado numerosas giras nacionales e internacionales presentándose entre otros países en la ex Unión Soviética, España, Canadá, Brasil, Uruguay y Estados Unidos. Y se ha visto beneficiado por la concurrencia de prestigiosos coreógrafos argentinos y extranjeros que han montado obras para la compañía: Ana Itelman, Renate Schottelius, Ana María Stekelman, Oscar Araiz, Alejandro Cervera, Gustavo Lesgart, Roxana Grinstein, Noemí Lapzeson, Roberto Galván, Margarita Bali, Susana Tambutti, Walter Cammertoni, Miguel Robles, Carlos Casella, Diana Szeinblum, Carlos Trunsky, Diana Theocaridis, Mariana Estévez y Mauricio Wainrot, entre los argentinos, y Mark Godden, Ginette Laurin, Nils Christe, John Wisman, Robert North, Jennifer Müller, David Parsons, Marc Ribaud, Jean-Claude Gallotta, Serge Bennathan, Richard Wherlock, Ton Wiggers y Vasco Wellenkamp, entre los extranjeros.
Los bailarines que integran el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín son Victoria Balanza, Nicolás Berrueta, Nira Bravo, Melisa Buchelli, Facundo Bustamante, Carolina Capriati, Matías De Cruz, Flavia Dilorenzo, Lautaro Dolz, Laura Higa, Theo Kiyoyuki Yano, Gerardo Marturano, Alexis Mirenda, Sergio Muzzio, Leonardo Otárola, Silvina Pérez, Diego Poblete, Eva Prediger, Rubén Rodríguez, Andrés Rosso, Sol Rourich, Ivana Santaella, Agostina Scarafía, Vanesa Turelli, Ivana Villada, Margarita Wolf. Los aprendices son Sofía Sciaratta y Matías Mancilla. Los asistentes coreográficos son Miguel Elías y Elizabeth Rodríguez.
HABLEMOS DE INFLACIÓN
Nuevamente, como a mediados del 2008, la ciudadanía es acosada con el problema de la inflación, del aumento sostenido de los precios. Y esto, por dos carriles. De una parte, mediante un estrepitoso ruido mediático que busca instalar, en el sentido común de la sociedad, la idea de que nos encontramos ante un “desborde inflacionario incontrolable” que genera “incertidumbre, desazón, impotencia”; a la vez, procura concentrar la bronca en el gobierno nacional, a quién los medios concentrados le atribuyen la “autoría intelectual” del incremento de los precios. De otra parte, porque el alza de los precios efectivamente golpea el bolsillo de los argentinos y, muy en particular, de los trabajadores y los sectores con menos recursos.
El asunto es que el tema está instalado en el imaginario de sectores muy amplios de la sociedad. Y la oposición político-mediática tiene la determinación de imponerlo como uno de los ejes principales de la campaña electoral (junto con la inseguridad, la represión de la protesta social y la corrupción).
Por eso, compañera, compañero, este texto que te proponemos, lejos de ser una invitación a la consigna fácil, es un llamado a que estudiemos, reflexionemos y debatamos, tanto como seamos capaces, acerca de este fenómeno del aumento de los precios; sobre todo, porque constituye una de las herramientas de la oligarquía y los monopolios para orientar a su favor la distribución de la riqueza nacional.
El aumento de los precios es un componente significativo de la coyuntura actual.
En primer lugar, porque cada peso adicional que un ciudadano debe pagar por un producto (o servicio) a causa del alza de los precios, es un peso menos en el bolsillo de millones de argentinos y un peso más que se va reptando hacia las arcas de las corporaciones.
En este sentido, el aumento de los precios es un mecanismo perverso y regresivo de distribución del ingreso porque castiga a las mayorías para beneficio de unos pocos grandes empresarios. Beneficio que crece en directa proporción al grado de concentración de los mercados.
Pero el lado aún más injusto de la inflación se expresa en el caso particular de los productos alimenticios. Alimentarse representa entre el 30 y el 50 por ciento del salario de los trabajadores o del ingreso de los ciudadanos pobres. El aumento de los precios de los alimentos hace que millones de ciudadanos, y muy especialmente el pueblo trabajador y los sectores más humildes, financien con una parte importante de sus ingresos la formidable acumulación de beneficios de unos pocos monopolios de la producción, el comercio y las finanzas.
En segundo lugar, porque es utilizado por las fuerzas de la oposición reaccionaria como elemento de desestabilización del gobierno y las instituciones.
Ambos aspectos quedaron expuestos de manera cruda y dolorosa durante la crisis de las retenciones móviles, en el 2008. En esos largos meses de bloqueo de rutas y de la economía, desabastecimiento y destrucción de alimentos, las patronales del campo provocaron un incremento adicional en los precios de la carne, el pan, la leche y pusieron a toda la ciudadanía en situación de rehén de unos pocos miles de empresarios dispuestos a imponer por la fuerza sus intereses económicos y políticos corporativos.
Ahora bien, con la inflación (como ocurre con los demás temas de la situación social, económica, política e institucional), si el objetivo es tratar de conocer el fenómeno en sus orígenes, intentar comprender sus causas y sus consecuencias en el momento histórico actual, debemos necesariamente separar el ruido que provoca el relato mediático opositor de las señales que efectivamente emite la realidad.

El ruido del relato mediático:

Para la oposición, “estamos a las puertas de un proceso hiperinflacionario”. ¿No dice Mauricio Macri, que “la inflación va rumbo a descontrolarse”? ¿Y no lo corrige Elisa Carrió, señalando: “la inflación ya está descontrolada”? Todo esto en el marco de comparar el alza actual de precios en nuestro país con lo que ocurría en la Alemania de la crisis de los ’30, como hace el Jefe de Gobierno de la Ciudad.
Por ejemplo, durante el conflicto con las patronales del campo, técnicos, especialistas y periodistas muy aceitados en los intereses de las finanzas internacionales, vaticinaban para el año 2008 “una aceleración inflacionaria todavía mayor”, que sería “acompañada o precedida por una fuga de capitales”, todo lo cual llevaría a “un aterrizaje forzoso de la economía”. En números, no se privaban de pronosticar para ese año que la inflación llegaría a rozar el 50%, el crecimiento del PBI caería al 2%, el país entraría en una severa recesión y el dólar se dispararía. Por si faltara gráfica, los titulares de publicaciones influyentes de EEUU y Europa, giraban en torno a ideas apocalípticas del estilo de: “Cristina en el país de la ficción”, “Argentina se empantana en el barro de la crisis”, “Crece el fantasma de un nuevo default”. Para ayudar a que se cumplan estos pronósticos (y esto ya no es solo hacer ruido sino, lisa y llanamente, conspirar), varios bancos extranjeros (Citibank, JP Morgan, Deutsche) emprendieron en nuestro país, a fines de abril de 2008, una fuerte movida especulativa contra el peso comprando dólares en ventanilla y a futuro a precios más altos que los del mercado. Provocaron así una significativa corrida cambiaria que obligó al Banco Central a utilizar casi el 3% de las reservas para frenarla. Con igual intención desestabilizadora, desplegaron una política muy agresiva de ventas de títulos de la deuda pública.
El mensaje a la opinión pública, en coincidencia con la “intencionalidad mediática de presentar al país en una crisis”, no era otro que cubrirse en dólares y llevárselos al extranjero antes que el país se hundiera como en el 2001. ¿El objetivo? Aprovechar la incertidumbre (y la angustia) que provocaba en la población el persistente y grave conflicto político y social impulsado por el bloque sojero de las patronales del campo y generar un clima de crisis política, agitando el fantasma de la hiperinflación y la debilidad institucional. Al mismo tiempo, le atribuían la responsabilidad de todo esto a la política del gobierno de cierta ingerencia y regulación en los mercados. Y proponían como salida un rápido recambio institucional y el regreso a las desregulaciones de los ’90.
Maniobras conspirativas y destituyentes que mostraron su lado más burdo cuando Nicolás Salvatore, titular de la consultora Buenos Aires City (ampliamente citada por el grupo Clarín y La Nación para “evidenciar las mentiras del INDEC”), se paseaba por los medios hegemónicos para celebrar que el gobierno de Cristina Fernández se terminaba con el mundial de futbol, a causa de la inflación. “La inflación es un fuego santo, purificador, que incendiará a todo el kirchnerismo en la hoguera –decía este reaccionario y activo aprendiz de desestabilizador-. Brindo por Phi (la inflación esperada, la expectativa inflacionaria). Y no solo brindo, me voy a encargar, como todos los meses, de que Phi esperado sea alto, muy alto, recontra alto”.

Las señales que emite la realidad:

Alejémonos un poco del ruidoso relato mediático opositor y tratemos de explicarnos, ¿quién sube los precios? y ¿cuáles son las características de la inflación actual?
A la primera pregunta, los economistas tradicionales -que reflejaban la realidad cuando los mercados eran competitivos- respondían que los precios son la resultante de la libre competencia entre la oferta y la demanda. A una mayor oferta, le sigue una baja de los precios. Y a una mayor demanda, le sucede un alza. Siguiendo esta línea de reflexión, desconociendo u ocultando las transformaciones habidas en los mercados domésticos e internacionales, los economistas neoliberales señalan que la causa del actual proceso de alza de precios en nuestro país radica en la insuficiencia de la oferta para satisfacer una demanda creciente. Y que el origen de esa debilidad se encuentra en la falta de dinamismo de la inversión, que no alcanza a responder en tiempo a la presión que ejerce la demanda de bienes. La receta, claro, no es otra que la clásica del FMI: enfriar la economía. No se equivocaba Néstor Kirchner, cuando señalaba: “Los que fundieron el país con esas recetas, ahora quieren nuevamente enfriar la economía”.
Esas explicaciones de manual de texto, repetidas de memoria por los economistas neoliberales, no reflejan lo que realmente ocurre en gran parte de nuestros mercados, que no son ni competitivos ni transparentes sino altamente concentrados, monopólicos.
Y precisamente por eso, la incidencia de la relación entre la oferta y la demanda (aún cuando no desaparece) no es el elemento determinante en la formación de los precios.
Cuando la capacidad de formar los precios en los productos y servicios claves de la actividad económica se concentra en muy pocas empresas y cuando el estado carece de instrumentos de regulación o no los utiliza adecuadamente, la inflación se convierte en una efectiva herramienta para que esas empresas monopólicas recuperen por esta vía lo que hayan debido ceder a los trabajadores en aumentos de sueldos.
Una investigación publicada el 11 de mayo de 2008, en Página 12 bajo el título “Ser grandote tiene sus privilegios económicos”, nos da una serie de ejemplos de cómo funcionan los mercados domésticos y cómo se refleja esta situación en el índice de precios al consumidor. Desde el año 2007 –informa- se han empezado a verificar aumentos de precios en bienes sensibles de la canasta básica de alimentos y en productos clave de la actividad económica. Y el estudio de los últimos balances de las principales empresas dedicadas a productos de consumo masivo que ejercen posición dominante en el mercado, demuestra que esas firmas incrementaron sustancialmente sus ganancias gracias a la aplicación de fuertes ajustes en los precios. Obtuvieron beneficios extraordinarios aumentando sus utilidades en porcentajes, en algunos casos, de hasta el 75%.
Lo mismo ocurrió en el rubro de insumos claves del proceso productivo, con encadenamiento a sectores que impactan en el bolsillo de la población. Aquí se dieron aumento de las utilidades hasta en un 112%.
En la mayoría de los balances de las compañías líderes en sus respectivos mercados, aparece como una constante que han disminuido, o no han acompañado al mismo ritmo de sus ventas, el monto de las inversiones destinadas a ampliar su capacidad productiva para abastecer al mercado interno. Esto pone en evidencia una clara determinación de obtener sus ganancias por medio de los precios y no por el aumento de la cantidad de productos ante el crecimiento de la demanda interna. En cambio, varias de ellas realizaron importantes inversiones destinadas a las actividades vinculadas a la exportación.
En todos los balances de las líderes queda en claro que los monopolios se están apropiando de una porción cada vez mayor de la renta generada por la economía.
A esta situación, solo cabe agregar que la mayoría de los bienes de consumo masivo son comercializados por un pequeño grupo de supermercados e hipermercados que por ejercer un poder concentrado en la comercialización, funcionan a la vez como un monopolio de compras (oligopsonio), lo que los coloca también en la posición de formadores de precios. Al punto que, entre julio de 2007 y marzo de 2008, aplicaron aumentos que llegaron a triplicar el incremento de sus costos.
La inflación, entonces, en la actual coyuntura, en lo principal, “es expresión de las ganancias extraordinarias de los monopolios”, que buscan de este modo arbitrar a su favor en la actual puja redistributiva.

La influencia del aumento del consumo interno:

A la segunda pregunta, y siempre apoyándonos en las investigaciones de conocidos economistas, debemos responder que, además de la maximización de ganancias por parte de los monopolios, hay otros elementos que inciden en la inflación actual.
Fruto de la mejora de la situación laboral y de los ingresos de sectores muy amplios de la población, en los últimos años creció el consumo de bienes y servicios. Este crecimiento de la demanda, y la presión que ejerce en los mercados, tiene como consecuencia un incremento relativo de los precios. Es lo que los economistas consideran una inflación normal. Que no impide ser absorbida por un aumento de sueldos y salarios levemente superior al costo de la vida, de manera que se establezca una tendencia positiva, favorable a las mayorías nacionales, en la redistribución de la riqueza. Tendencia que se sustenta en el crecimiento de la productividad del trabajo.
Es lo que venía ocurriendo entre 2003 y 2006, hasta que los monopolios dijeron basta, marcaron la cancha (pusieron un límite al reparto de la torta) en función de sus intereses corporativos y expresaron vía precios su voluntad a no resignar “las tasas de ganancias extraordinarias alcanzadas luego de la violenta transferencia de ingresos que implicó la mega devaluación” de diciembre de 2001.
Por otra parte, esas maniobras alcistas de los monopolios sobre los precios, al punto de poner en vilo a toda la población, les sirven de doble argumento reaccionario bien amplificado por los medios de comunicación: de un lado, intentan trasladar la responsabilidad al Gobierno acusándolo de ineficiente, de no proponer reglas claras, de no garantizar la seguridad jurídica necesaria al desarrollo de la inversión privada; y de otro lado, procuran devaluar las demandas de aumento de sueldo de los trabajadores señalándolas como las causantes de la inflación.
La política de los monopolios industriales de no invertir lo suficiente en la producción y buscar la maximización de sus ganancias por precio y no por cantidad, por salarios bajos y no por mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos e incrementar el consumo, es funcional a sus intereses de utilizar masas enormes de capitales para desarrollar la fuga de divisas y la especulación financiera (ahora orientada en buena medida a la producción agroexportadora).
Por eso plantean enfriar la economía y aplicar políticas de ajuste. Para disponer de mayores saldos exportables de alimentos. Y porque con ello marcarían el fracaso del modelo de acumulación capitalista con inclusión social impulsado por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Fracaso que, en las condiciones actuales del movimiento popular, dejaría nuevamente a nuestro pueblo a merced de las políticas neoliberales del FMI y en manos de la oligarquía, las empresas monopólicas y el capital financiero internacional.
Por eso igualmente, y desde una concepción opuesta, considerando que no vivimos en nuestro país una situación de pleno empleo (por el contrario, son aún millones los ciudadanos que viven en la aguda pobreza y privados de la dignidad del trabajo), la solución a esta inflación no pasa por enfriar la economía. Por el contrario, como bien lo plantea el gobierno de Cristina Fernández, se trata de continuar impulsando el desarrollo económico nacional con industrialización e inclusión social. Y, a la par del estimulo al crecimiento, continuar avanzando en dos frentes.
De una parte, perseverar en la lucha por mejorar los salarios y las condiciones de vida del pueblo trabajador. La necesidad y la posibilidad de esta lucha tiene una doble base material: la histórica, con picos de participación del trabajo en la distribución del ingreso que superaron el nivel de 50%; y la económica, producto del incremento significativo de la productividad. “La productividad, siendo creciente –señala el economista Javier Lindenboim, del Plan Fénix-, no llega aún al bolsillo del trabajador”.
De otra parte, implementar desde las instituciones “un sistema eficiente de control sobre las empresas formadoras de precios” (las cadenas de valor de cada uno de los mercados internos); un monitoreo y castigo impositivo a las empresas que no invierten para aumentar la producción; y un agresivo plan estatal de apoyo al desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, las autogestionadas por los trabajadores y las cooperativas. Como bien lo señala el periodista Hernán Brienza, “para la profundización cualitativa del modelo nacional y popular el Estado debe recuperar su poder de control para poder monitorear la cadena de formación y detectar los bolsones de especulación privada”. A la vez, “al conocer en profundidad las cadenas de valor –propone una organización de pequeños campesinos que apoya las retenciones móviles- y buscar con tenacidad la forma de achicarlas, se eliminan eslabones que no agregan valor, y esto es obviamente antiinflacionario (…). Si se vincula al que produce con el que consume, a través del mínimo número de intermediarios necesarios, ganan los dos extremos: el que produce y el que consume”.

La influencia de la inflación externa:

En un mundo altamente globalizado, con las finanzas, la producción y el comercio en manos de enormes monopolios multinacionales y de los capitales especulativos, al realizar nuestros intercambios comerciales con el exterior, importamos necesariamente inflación. En este sentido, nos parece correcto señalar que “la inflación es cada vez más un fenómeno mundial. Aún cuando necesariamente asume formas e intensidades en función de los diferentes contextos nacionales”. Tanto más que, la moneda utilizada de manera universal para los intercambios comerciales y financieros, el dólar norteamericano, no tiene un respaldo sólido, ya que su emisión supera holgadamente a la oferta de bienes producidos por la economía estadounidense.
Esta inflación externa, concretamente, ejerce presión en nuestra economía por dos carriles.
Uno. Porque el alza internacional de los alimentos, los hidrocarburos y las materias primas en general “alienta una inflación difícil de controlar”. Por ejemplo, según recientes informes de prensa, es un fenómeno que golpea duro incluso en los países centrales: “La subida global en los precios de la comida –comenta un matutino- ha hecho que EEUU sufra la peor inflación alimentaria en casi dos décadas y ha llevado a algunas grandes cadenas a restringir la venta de productos como el arroz (…). Según la Bolsa de Chicago, los precios del arroz subieron un 170% en poco más de 12 meses; los del trigo, un 80% y los del maíz un 50%”. Los granos, oleaginosas (y subproductos) que exporta nuestro país triplicaron sus precios entre 2002 y el 2007. Y esto genera en el mercado interno lo que se llama “un efecto de arrastre”: el precio que el productor obtiene al vender para el mercado externo determina el precio al que está dispuesto a vender en el mercado interno. Cuánto mayor es el valor que obtiene con la exportación, mayor es el valor que exige por su producto para comercializarlo en el país. De ahí la importancia de las retenciones móviles para bajar el precio obtenido en la exportación, y desacoplar así los precios internos de los externos.
Y dos. Porque la depreciación internacional del dólar frente a otras importantes monedas, encarece las importaciones o el costo de numerosos insumos productivos.

La influencia de las expectativas de la ciudadanía;

Como bien se sabe, las expectativas de la ciudadanía tienen su incidencia en el resultado de la inflación. Las expectativas normales o racionales, es decir, las que surgen de los datos fundamentales de la realidad económica y de sus resultados, pueden contribuir a generar un círculo virtuoso de relativa estabilidad: una inflación controlada que no impide el mejoramiento de los ingresos y de las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías ciudadanas. Es lo esperable en la situación que se vive en nuestro país como resultado del crecimiento sostenido y continuado desde hace más de siete años:
- no hay exceso de dinero circulante y la masa monetaria tiene un respaldo sólido en las reservas del Banco Central;
- tampoco hay desequilibrio fiscal (cuando el Estado gasta más de lo que recauda) como el que provocó la hiperinflación de 1989/1990;
- y no hay desequilibrio comercial (cuando el país importa más de lo que exporta); como el que se mantuvo casi constante entre 1992 y 1999 y contribuyó a la crisis de 2001.

Sin embargo, la estabilidad de los precios está siendo actualmente demolida por los monopolios formadores de precios y por una campaña frenética de taladrado del imaginario social. Campaña que es llevada adelante por una amalgama de fuerzas opositoras y grandes medios de comunicación: la Asociación de Empresarios de Argentina (AEA), el Grupo Clarín, los grandes patrones del campo. Como bien lo saben y lo ponen en práctica estos sectores reaccionarios, las expectativas exageradas, las mentiras ampliamente difundidas por numerosos “expertos nacionales y extranjeros” –como Nicolás Salvatore, de Buenos Aires City, “nos vamos a encargar de que las expectativas inflacionarias sean altas, muy altas, recontra altas”-, generan un círculo vicioso que alimenta una inflación por encima de lo normal. El problema es serio, porque tienen un enorme poder económico y una fuerte influencia ideológica en amplios sectores de nuestra sociedad, incluso en sectores humildes y postergados.
De ahí la campaña mediática opositora que exagera hasta la obsesión el brote inflacionario, que miente informando precios exagerados e inexistentes, que no invierte una línea en investigar seriamente las verdaderas causas de los aumentos reales. De ahí también se hace evidente el objetivo perseguido, que, lejos de buscar una solución al problema de la inflación, solo quiere provocar un desmadre inflacionario y generar una crisis política destituyente.

¿Y vos, de qué lado estás?

La política de cuanto peor mejor siempre ha sido funcional a los sectores reaccionarios de la sociedad. Esto ocurrió repetidamente en diversas etapas de la historia nacional. Y puede ocurrir nuevamente en las elecciones de octubre, si quienes estamos decididos a defender los intereses de las mayorías ciudadanas y desatar el nudo oligárquico-monopólico que frena el desarrollo de nuestra sociedad, respondemos equivocadamente a la pregunta: “¿Y vos, de qué lado estas?”.
A propósito, vale la pena recordar que, en plena crisis de los años 2001-2002, Rudiger Dornbusch, abanderado de la corporación financiera internacional, que dio 16 conferencias en nuestro país en ese breve período, proponía como solución que “un equipo extranjero intervenga el gobierno argentino y asuma el manejo en áreas críticas como el control y la supervisión del gasto público, la impresión de dinero y la administración tributaria”, de manera “que la Argentina delegue todo lo que se refiere a los asuntos económico-financieros, por lo menos durante cinco años, en manos de un grupo de notables extranjeros, un comité de expertos banqueros”. Dicho comité –decía Dornbusch-, al “tomar el control de la política monetaria en Argentina, verificar la performance fiscal y firmar los cheques de la Nación a las provincias, privatizar los puertos y las aduanas y remover otros obstáculos claves de la productividad, hará que el capital extranjero cambie rápidamente su visión del país y con ello renacerá en la Argentina la esperanza”. Y agregaba: “Los argentinos deben entender que sin asistencia masiva e intromisión externa no podrán salir de este desastre”; recién después de “ceder temporalmente su soberanía” en esas áreas, “el Fondo Monetario debería asistir financieramente al país y los desembolsos irían llegando a medida que un “comisionado general” con residencia en el país, de quien dependerían todos aquellos instrumentos del Estado argentino, “fuera autorizándolo”.
Buena parte de los consultores políticos y económicos que hoy operan como voceros de la oposición de derecha, así como los grupos empresarios criollos –que financiaron a Dornbusch a razón de 40 mil dólares cada una de sus dieciseis conferencias-, coincidían plenamente con el economista norteamericano. Uno de ellos, López Murphy, obtuvo casi el 17 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales del 2003.
El panorama para los comicios del 23 de octubre próximo aparece mucho más definido y tranquilizador. Los analistas de todas las tendencias dan por ganadora, en primera o en segunda vuelta, a Cristina Fernández de Kirchner. Pero un triunfo simple no va a alcanzar para vencer la enorme resistencia de las corporaciones, que aún detentan un enorme poder económico y cultural en la sociedad argentina. En la coyuntura política actual, para poder avanzar con el proyecto nacional y popular, en las elecciones de octubre tenemos que ganar por paliza.
Para ello, insistimos, tenemos que lograr que la inmensa mayoría de las argentinas y los argentinos respondan acertadamente a la pregunta ¿y vos de que lado estás?, ¿del lado de los que procuran consolidar y profundizar el proyecto de Nación impulsado por el kirchnerismo o del lado de quienes, de una u otra manera, obstaculizan ese rumbo y buscan poner nuevamente las instituciones del Estado en manos de las corporaciones económicas y la economía del país en la senda neoliberal de los ’90?.
Buenos Aires, 10 de marzo de 2011.

DISTURBIOS VIVIENDAS TOMADAS EN PARQUE AVELLANEDA – VENCE EL PLAZO PARA EL DESALOJO

El 11 de marzo venció el plazo que el juez Armella interviniente en la causa, le dio a los usurpadores de las viviendas del complejo del Parque Avellaneda para que la desalojaran en términos pacíficos.

Sin embargo, se produjeron incidentes cuando allegados a las personas que usurpan el lugar intentaron acercarles víveres. Los problemas acontecieron con efectivos de la Policía Metropolitana
Como resultado de las refriegas un efectivo resultó afectado por un piedrazo, pero posteriormente la situación volvió a la calma.
Los 204 departamentos están destinados a albergar a 128 familias del asentamiento "El Pueblito" que viven en las márgenes del Riachuelo, como parte del programa de saneamiento de esa cuenca que ordenó la Corte Suprema de Justicia.
Al respecto, el jueves, el ministro de Justicia, Julio Alak, aseguró que el desalojo de las familias que desde el fin de semana ocupan las viviendas compete a la ciudad de Buenos Aires.
En la tarde del jueves, en una conferencia de prensa, el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, afirmó que "no hay promesas para la gente que tomó las viviendas" y que el gobierno que conduce "no va a dar beneficios a aquéllos que violen la ley", porque "no es justo" para quienes sí la respetan.
La Corte designó al juez Luis Armella para verificar el cumplimiento de ese plan elaborado en forma conjunta entre la Nación, la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, canalizadas en la Autoridad de Cuenca Matanza-Riachuelo (ACUNAR).
La Corporación Buenos Aires Sur había contratado a agentes de la Policía Federal para custodiar el predio ocupado, por lo que en un escrito presentado ante el magistrado, el Ministerio de Seguridad afirma que esta circunstancia "no implica que la Federal haya actuado de oficio ejerciendo competencias propias".
"Al contrario -destaca el escrito- implica que el sujeto que contrató los servicios se creía en la obligación de asegurar la custodia del lugar", por lo que la vigilancia es "un acto propio de la Ciudad de Buenos Aires que se consideró en la obligación de asegurar la custodia del complejo para mantenerlo libre de intrusiones".
Los ocupantes, en su mayoría mujeres embarazadas o con niños pequeños expresaron que se sentían "estafados por el Instituto de la Vivienda de la Ciudad que los había inscripto en planes para obtener una casa" y que no fueron cumplidos.
"Queremos que nos den la vivienda, nada más. Mi nieta hace dos años que anda rondando con sus dos hijos", dijo una mujer quien estimó que "en el predio hay alrededor de 140 familias y unas 40 criaturas sin agua y sin luz, porque cortaron los servicios".
No obstante, autoridades de la Capital aseguraron que en el complejo sólo hay entre 75 y 95 personas.
Esta historia se repetirá porque lamentablemente no hay un plan maestro en el GCBA en materia habitacional, muy por el contrario, las partidas fueron subejecutadas y se paralizaron una cantidad de proyectos que podrían paliar, en cierta forma, la situación de grandes contingentes de personas en situación de calle o que viven en villas miserias inhumanamente.

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