La
categórica derrota sufrida días atrás por
el FpV en la ciudad de Buenos Aires impone la necesidad de analizar
profundamente las causas de lo ocurrido, sorteando tanto el autocomplaciente
triunfalismo de los perdedores -que creen que diciendo “ganamos”
van a derretir la coraza de la matemática electoral- como
el catastrofismo de la izquierda que cree que la ciudad ha sido
definitivamente ganada no sólo por la derecha sino también
por el fascismo.
Ambas
lecturas son insanablemente erróneas y en caso de prevalecer
podrían ser la fuente de nuevas y mayores frustraciones
en los próximos meses. Los resultados del 10 de Julio son
la condensación de un conjunto de determinantes que no
son estáticos sino cambiantes y variables, y sobre los
cuales es posible hacer un trabajo político para modificarlos.
La izquierda y las fuerzas progresistas deberán hacerlo
cuanto antes; la derecha ya lo está haciendo, y esta es
una diferencia muy significativa. Lo que sigue es una enumeración
y breve análisis del papel jugado por algunos de los factores
que incidieron en producir los resultados del pasado domingo y
que damos a conocer con el objeto de promover un debate que no
debe ser clausurado por el triunfalismo de unos y el pesimismo
de otros. Dicho esto, vayamos al grano:
Primero:
Buenos Aires lleva más de un siglo luchando por su autonomía
distrital. Por lo tanto, para un candidato a Jefe de Gobierno
de esta ciudad no hay peores credenciales que las que lo hacen
aparecer como un simple delegado de la Casa Rosada, preocupado
por “alinear” la ciudad con las prioridades y orientaciones
establecidas por el gobierno nacional. Por increíble que
parezca, ese error -que una parte del electorado, alentada por
la prensa hegemónica, lo interpretó como una tentativa
extorsiva de las autoridades nacionales- fue cometido por la Casa
Rosada y consentido por el candidato del kirchnerismo. En línea
con esta tesitura la presidenta designó autocráticamente
a Daniel Filmus como candidato a jefe de gobierno; armó
la lista de legisladores imponiendo en la cabeza de la misma a
Juan Cabandié, una persona honesta, íntegra y admirable
por su historia y su valentía pero muy poco conocida, “no
instalada” como se dice en los ambientes de la mercadotecnia
electoral; fijó también la presidenta la agenda
de la campaña con su vista puesta en el escenario nacional
y subordinando las necesidades y los temas locales; estableció
la estrategia general de la misma (por ejemplo, impidiendo que
Filmus fuera a debatir a TN; o “ninguneando” a los
integrantes de las colectoras que operaban a favor del oficialismo,
para no citar sino dos casos) y, para colmo de males, en el mismísimo
acto de lanzamiento de la campaña el candidato oficialista
fue completamente eclipsado por la vibrante oratoria de Cristina.
Con cierta benevolencia se podría entender –más
no justificar- este exacerbado verticalismo puesto de manifiesto
en el actual proceso electoral como una expresión inevitable
de la lucha que se está librando en el seno del peronismo,
donde la ascendente hegemonía kirchnerista pugna por relegar
definitivamente a los sectores más íntimamente ligados
al neoliberalismo de los nefastos noventas. Pero esta operación,
especialmente en el caso que nos ocupa, clamaba por la delicada
precisión de un cirujano y no la tosca rudeza del carnicero.
En síntesis: el gobierno nacional creó por su cuenta,
sin ayuda de nadie, algunas de las condiciones en las que luego
naufragaría el navío kirchnerista en aguas que no
les son precisamente favorables. El resultado, por lo tanto, no
puede sorprender a nadie. Fueron demasiados errores de entrada
y para colmo cometidos al mismo tiempo, potenciando así
sus más desastrosas consecuencias.
Segundo:
se supuso, sin fundamento alguno, que la polarización obraría
simétricamente, agrupando las voluntades del electorado
en torno a dos polos, uno de derecha y otro “progresista”
o de centroizquierda. Se pensaba, además, que dada la alta
intención de voto de la que disfruta la presidenta en la
ciudad de Buenos Aires estas preferencias se trasladarían
mecánicamente a su candidato en el distrito. La experiencia
reciente ya había demostrado, en otras latitudes, la debilidad
de ese razonamiento: la altísima aprobación popular
con que Lula dejó la presidencia no se transfirió
a Dilma Rouseff, que tuvo que ir a un balotaje, y lo mismo ocurrió
con Tabaré Vázquez y “Pepe” Mujica y
Michelle Bachelet y Eduardo Frei, en este último caso con
resultados catastróficos. En suma: la práctica demostró
una vez más la fragilidad de ambos supuestos: la popularidad
de la presidencia y los altos índices de aprobación
de su gestión no se transfirieron sino en parte a Filmus,
y la polarización fue asimétrica, es decir: concentró
los votos en la derecha pero careció del empuje suficiente
como para hacer lo mismo con el conjunto de fuerzas colocadas
a la izquierda del centro político y unificarlas detrás
de su candidatura. Pero la tibieza y silencios de Filmus –espontáneos
o exigidos desde las alturas del Estado- ante algunos acontecimientos
marcantes de la coyuntura como el caso Schoklender y sus derivaciones;
los incidentes en el INADI; el apaleo a los maestros santacruceños
y antes el acampe de los qom, mal podían despertar el entusiasmo
necesario para concentrar el apoyo de las fuerzas sociales y políticas
de ese espacio y derrotar al macrismo. Fomentar la polarización,
como lo hizo el gobierno nacional, no podía sino favorecer
al oficialismo local encarnado por Macri que, astutamente aconsejado
por sus asesores, sacó provecho de esta equivocada táctica
de sus rivales.
Tercero:
la Casa Rosada sobreestimó el impacto político de
la relativa bonanza económica por la que atraviesa el país,
pensando que ello sería suficiente para inclinar el fiel
de la balanza hacia el candidato del FpV. Subrayamos lo de “relativa”
porque si bien no se pueden desconocer las altas tasas de crecimiento
de la economía tampoco se puede dejar de notar la preocupante
incapacidad del Estado para mejorar significativamente la muy
injusta distribución del ingreso y la riqueza prevalecientes
en el país. Se desconoció un hecho elemental: la
bonanza económica favorece a los oficialismos, a todos
los oficialismos, con prescindencia de su signo político:
beneficia a Cristina pero también a Macri; a Gioja pero
también a Binner; a Urtubey pero también a Ríos.
Además, se subestimaron los efectos de la inflación,
cuyos guarismos reales –producidos, por ejemplo, por los
organismos técnicos de provincias gobernadas por el FpV-
nada tienen que ver con los imaginativos dibujos del INDEC que
sólo sirven para irritar a los sectores más humildes
que sufren en carne propia la expropiación cotidiana de
que son objeto por la inflación. Se subestimó asimismo
el malestar social que aqueja a amplios sectores de la ciudad
de Buenos Aires y para los cuales algunos de sus infortunios –como
la pobreza, el desempleo, la inseguridad, los malos servicios
públicos, el transporte, etcétera- se originan en
las políticas del gobierno metropolitano pero también
en las del gobierno nacional. Producto de este economicismo la
candidatura del oficialismo no pudo leer adecuadamente las demandas
de la ciudadanía porteña. Lo que estaba en juego
era un cargo ejecutivo distrital, lo cual obligaba a plantear
un programa específico destinado a resolver algunos de
los problemas concretos que afectan a los habitantes de esta ciudad.
En ese marco, las constantes alabanzas de Filmus a los progresos
macroeconómicos experimentados por la Argentina desde el
2003, el nuevo alineamiento latinoamericano de la política
exterior del kirchnerismo o la política de los derechos
humanos, cuestiones que en el plano nacional son muy importantes,
no sintonizaban con las preocupaciones mucho más modestas
de los vecinos. Se produjo así un embarazoso minué
dialéctico porque mientras Filmus exaltaba las virtudes
del desendeudamiento Macri decía “metrobús
en la Juan B. Justo”; aquél hablaba de la resolución
de la crisis del 2001-2002 y este de la pavimentación de
la avenida Patricios; el primero decía FMI y Macri respondía
diciendo que “inauguramos cuatro nuevas estaciones de subte”.
La irreflexiva hiper-nacionalización de la campaña
del FpV favoreció a Macri, porque lo hizo aparecer como
muy consustanciado con la problemática de la ciudad, y
perjudicó a Filmus, percibido como un intelectual que hablaba
de generalidades muy alejadas de la problemática cotidiana
de Buenos Aires.
Cuarto:
el gobierno hizo gala de una deficiente lectura sociológica
de la ciudad. ¿Cómo explicar el triunfo de Macri
en las quince comunas? Se puede entender una victoria con el 55
% de los votos en la Comuna 2 (Recoleta) pero, ¿cómo
interpretar el 42 % obtenido en la 9 (Mataderos/Parque Avellaneda,
Liniers) o el 45 % conseguido en la 4 (Parque Patricios/Barracas/Pompeya/La
Boca)? ¿No se sabía acaso que una parte importante
de quienes venían declarando en las encuestas su intención
de votar a Cristina en la próxima elección también
habían expresado su voluntad de apoyar a Macri en la municipal?
Esto era vox populi. ¿Es posible que alguien en la Rosada
ignorara un dato tan básico como este? Y si no lo ignoraban,
¿por qué no se diseñó una estrategia
de campaña adecuada para enfrentar ese desafío?
¿O es que pensaban que porque el sur porteño es
mayoritariamente pobre su opción por el kirchnerismo estaba
garantizada de antemano, quienquiera que fuera su candidato o
su agenda de campaña? ¿Creyeron que porque Macri
es rico y favorece a los ricos los pobres irían automáticamente
a repudiarlo en las urnas? En 1995, ¿no se re-eligió
a Menem, colocado impúdicamente del lado de los ricos,
con el cincuenta por ciento de los votos? Ante los pobres sin
conciencia de clase la prepotencia del rico sólo por excepción
suscita resentimiento y rebelión; las más de las
veces provoca sumisión e intentos de emulación.
Si no, ¿cómo explicar la popularidad, en los estratos
más sometidos y pauperizados de las sociedades capitalistas,
de ricachones como Macri, Piñera, Martinelli (en Panamá),
Berlusconi y tantos otros? En el caso que nos ocupa también
se subestimó la importancia del gobierno municipal en la
contienda electoral. Este, al igual que el nacional, dispone de
un instrumento importantísimo de persuasión y de
propaganda política: la gestión. Y aunque muchos
votantes piensen –con razón- que la de Macri ha sido
menos que mediocre por ineficiente y corrupta, esa percepción
fue neutralizada, al menos en parte, por algunas modestas –y
a menudo demagógicas- políticas municipales; y por
la otra porque para amplios sectores de la ciudadanía la
ineficiencia y la corrupción de la gestión pública
son males endémicos en la vida política argentina
y desgraciadamente están resignados a ello.
Quinto:
efecto autoengaño de las encuestas “truchas”
y el “diario de Yrigoyen”. Este es un peligro gravísimo
que aqueja a cualquier gobierno. El capítulo XXIII de El
Príncipe lo dedica Maquiavelo a examinar el pernicioso
papel de los aduladores, de los cuales aconseja a todo gobernante
huir. La nefasta proliferación de asesores y consultores
que sólo piensan en agradar a la presidenta y evitar transmitirle
“malas noticias” -como que la inflación existe,
que la sojización avanza a tambor batiente, y que la crisis
energética que se avecina será tremenda- se combina
con la tendencia, inherente a todos los gobiernos, al autoengaño.
En algunas circunstancias el resultado de esta conjunción
puede ser fatal. El “microclima” o el “entorno”,
categorías típicas del análisis político
de los argentinos, de hecho jugó un papel muy negativo
en la reciente coyuntura electoral. Tomemos sólo un caso,
aunque hay muchos en las diversas áreas de las políticas
públicas: ¿Cómo es posible que los encuestadores
elegidos por la Casa Rosada hubieran lanzado pronósticos
tan desacertados pocos días antes de las elecciones? Peor
aún, ¿cómo pudo alguien haber creído
en las rosadas previsiones que brotaban de sus encuestas, sobre
todo teniendo en cuenta los malos antecedentes que tenían
muchas de esas firmas de consultoría? ¿O será
que el propio gobierno cayó en la trampa de confundir un
dispositivo propagandístico: el uso de las encuestas como
medio de “manufacturar el consenso”, con un instrumento
de análisis para conocer la realidad? Cualquiera que sea
la respuesta a estos interrogantes sus resultados quedaron estampados
en el rostro estupefacto de los líderes del oficialismo
nacional la noche del domingo y la lastimosa soledad en que se
debatió Daniel Filmus.
Sexto:
el pecado del sectarismo. Mientras el oficialismo nacional hacía
gala de un discurso que invocaba al pluralismo y la amplitud de
miras, su práctica era de una cerril intransigencia. Ni
una sola vez en toda la campaña recordamos haber visto
a Filmus apareciendo públicamente con los otros dos cabezas
de lista de las colectoras, Aníbal Ibarra (Partido Frente
Progresista y Popular) y Gabriela Cerruti (Alianza Nuevo Encuentro).
Grave error, si se tiene en cuenta que, como luego lo confirmarían
los hechos, fue gracias al aporte de estas dos fuerzas despreciadas
por la Casa Rosada que la candidatura oficialista pudo superar
el decepcionante 14 % cosechado por la lista “ultra K”
comandada por Cabandié (¡que obtuvo 30 puntos menos
que la lista del PRO!) hasta llegar al 27 % final. Esta actitud
habla de una visión estrecha, mezquina, egoísta
y a la larga suicida. El remate, rayano en lo alucinante, se escenificó
la noche del domingo en el bunker del FpV cuando la militancia
no tuvo mejor idea -recibida con beneplácito por Filmus,
Tomada y Alegre desde el proscenio- de cantar la “marchita”
para festejar el “triunfo” del FpV, ¡triunfo
consistente en haber obtenido cuatro puntos más que en
el 2007 a pesar de haber quedado a casi veinte de Macri! O sea:
derrota, negación, reperonización forzada y, al
mismo tiempo, lanzamiento por parte de Filmus de una convocatoria
amplia, a la izquierda y el progresismo, para derrotar a la derecha.
¿Quién podría ser tan ingenuo como para creer
que con estas actitudes como esas se podrán sumar muchas
voluntades para librar la batalla decisiva contra Macri el 31
de Julio?
Séptimo:
lo incomprensible. Filmus, un destacado sociólogo y hombre
de una dilatada trayectoria académica ¡rehusó
debatir con Macri! La excusa fue que TN o cualquiera de los ámbitos
controlados por los poderes mediáticos no ofrecían
garantías. Es cierto: pero habida cuenta de la superioridad
intelectual de Filmus sobre Macri el primero tendría que
haber aceptado debatir con el actual Jefe de Gobierno en cualquier
terreno porque sin duda lo habría vapuleado en la discusión
y demostrado, ante la ciudadanía, las limitaciones e inconsistencias
del pensamiento de Macri y su escaso conocimiento de las cuestiones
de la ciudad. Este resultado se habría verificado aún
con toda la plana mayor de TN jugándole en contra. Al día
de hoy no se logra entender la lógica de quienes le indujeron
a rehuir de dicha confrontación.
Octavo:
aparte de los errores de la estrategia general de la campaña
Filmus fue víctima de los límites del proyecto político
del kirchnerismo en relación al macrismo y a los porteños.
En relación al macrismo, porque ni en la Legislatura de
la ciudad autónoma ni fuera de ella el kirchnerismo fue
capaz de oponer una resistencia eficaz a la política de
mercantilización y privatización de los espacios
y servicios públicos promovida por Macri. Peor aún:
no fueron pocas las piezas legislativas de inspiración
profundamente neoliberal en donde la colaboración de la
bancada kirchnerista fue decisiva para lograr su aprobación,
con lo cual la contraposición abstracta entre Macri y Filmus
se diluye al pasar al plano de las políticas e iniciativas
concretas. Por otra parte, la política del kirchnerismo
en relación a los porteños es irracional, reactiva,
visceral: para hostilizar a Macri se castiga a las porteñas
y los porteños, a los cuales se retiene en carácter
de rehenes del enfrentamiento. Un ejemplo: ¿no hubiera
sido mucho más inteligente colaborar con el gobierno de
la ciudad, aunque sea de signo contrario, para ampliar la red
de subterráneos o realizar algunas postergadas y necesarias
obras públicas que reclaman los vecinos? ¿No habrían
éstos reconocido que su concreción se hizo posible
gracias a la generosidad y amplitud de miras de la Casa Rosada,
con los lógicos beneficios para la candidatura de Filmus?
En lugar de eso se adoptó una política absurda que
castiga a los porteños y ofrece en bandeja de plata un
pretexto perfecto para justificar la incapacidad del macrismo,
atribuyendo todos sus fracasos a la falta de colaboración
del gobierno nacional. Seguramente algún consultor debe
haber dicho que la irritación de los vecinos se convertiría
por artes de magia en una saeta que erosionaría la base
electoral del macrismo.
Noveno:
hace por lo menos ochenta años que la sociología
corroboró empíricamente que los efectos de la propaganda
no son ni lineales ni acumulativos. Esto es: pasado cierto umbral
la machacona persistencia de una campaña que, por ejemplo,
diga que Macri es inepto o corrupto comienza primero a tener una
eficacia decreciente y luego, y esto es lo más importante,
un efecto paradojal que opera como un boomerang en contra de quienes
administran la campaña y pasa a jugar a favor del blanco
de sus ataques. El empecinamiento en criticar al macrismo (más
allá de las abundantes razones que hay para hacerlo) terminó
por victimizarlo y luego por blindarlo ante cualquier ataque:
pese a estar procesado judicialmente y al sesgo ostensiblemente
privatista y “pro-mercado” de su gestión la
ciudadanía lo ratificó con su voto. Para colmo,
la reacción de Macri ante la torpeza de la campaña
fue muy astuta: mientras sus detractores le decían de todo
(que era un imbécil, vacío, corrupto) él
asumía con maestría actoral su condición
de víctima y respondía con serenidad a las desaforadas
descalificaciones de sus adversarios ofreciendo estoicamente la
otra mejilla y exhortando al diálogo y la tolerancia. Los
resultados están a la vista.
Décimo:
el remate de esta colección de desatinos se desencadenó
luego de conocidos los resultados del domingo. Altos funcionarios
del gobierno y voceros o intérpretes oficiosos del mismo
(como Fito Páez, entre otros) salieron a decir toda clase
de barbaridades contra los porteños, o la mitad de ellos.
Primero, desconociendo que una parte de los votantes de Macri
(y no una fracción insignificante) lo serán también
de Cristina si es que la racionalidad logra posarse entre Olivos
y la Casa Rosada como para evitar la reiteración de tantos
exabruptos. Segundo, desconociendo que esa misma ciudad que eligió
a Macri antes había elegido, y re-elegido, a Aníbal
Ibarra, aliado entonces y ahora del gobierno nacional y había
consagrado senador al actual candidato oficialista Daniel Filmus.
Tercero, que cada vez que Buenos Aires tuvo una oferta razonablemente
seria y competitiva de izquierda o de centro izquierda la consagró
con su voto: desde Alfredo Palacios en 1904 hasta Aníbal
Ibarra hace pocos años atrás, pasando por la elección
del mismo Palacios como senador en 1961 agitando como una de sus
principales banderas la irrestricta defensa de la Revolución
Cubana.
De
todo lo anterior se desprende que en vez de quejarse de los vecinos
de Buenos Aires los quejosos harían bien en mirar a la
viga que tienen clavada en sus ojos y que les inhibe de ver la
realidad social que los circunda y los límites y contradicciones
de un proyecto político que se debate entre la radicalización
-¡nada que ver con la “profundización del modelo”,
basado en la sojización, la minería de cielo abierto,
la primarización de la economía, la regresividad
tributaria, la informalidad laboral y los privilegios al capital
financiero consagrados por la Ley de Entidades Financieras de
Martínez de Hoz, aún vigente!- radicalización,
decíamos, o estancamiento y posterior derrota en caso de
que aquélla no sea llevada a la práctica trascendiendo
el plano de la retórica para instalarse en el terreno más
productivo de las políticas concretas de estado. Esto requiere
abrir paso a una nueva agenda de transformaciones profundas de
la vida económica y social que sólo será
viable si se cuenta con la movilización y organización
autónoma de los sectores populares, al margen de los desgastados,
desprestigiados e inservibles aparatos cegetistas o pejotistas
con los cuales el gobierno intentó, infructuosamente, neutralizar
la reacción de los “agrarios” durante la discusión
de la 125.
Si
Macri triunfó en la primera vuelta del pasado 10 de Julio
fue precisamente porque las limitaciones del kirchnerismo le impidieron
construir un muro de contención ante los avances del neoliberalismo
en versión macrista. Pero es preciso no engañarse:
Macri por ahora es un fenómeno local, de Buenos Aires,
pero parece ser el personaje destinado a reunir en torno a su
figura las voluntades de toda la derecha argentina que hace tiempo
viene buscando un líder que sintetice sus múltiples
intereses. De la noche a la mañana lo que antes era “el
límite” para Ricardo Alfonsín ahora se ha
convertido en un aliado imprescindible, y Duhalde y Carrió
procuran subirse al carro triunfador del macrismo arrojando por
la borda cualquier escrúpulo ideológico. Según
se vaya moviendo la coyuntura, y las fuerzas que en ella operan,
Macri podría convertirse en la expresión argentina
de lo que Sebastián Piñera es en Chile, Alan García
en el Perú, Juan M. Santos en Colombia, Laura Chinchilla
en Costa Rica, Ricardo Martinelli en Panamá y Felipe Calderón
en México: el rostro de un proyecto restaurador de la derecha
radical y abiertamente pro-imperialista (para el cual el PRO parece
ser el más indicado, al menos por su nombre) concebido
por Washington y ejecutado bajo la dirección de una vasta
red de organizaciones de todo tipo (“tanques de pensamiento”,
universidades, empresas, partidos, medios de comunicación)
dirigida por José M. Aznar en España y la FAES,
la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales,
contando con ingentes aportes del Fondo Nacional para la Democracia
y diversas agencias y organizaciones abiertas o encubiertas del
gobierno estadounidense. Proyecto restaurador que tiene por objetivo
borrar de la faz de la tierra no sólo a la Revolución
Cubana sino a los procesos bolivarianos en curso en Venezuela,
Bolivia y Ecuador y a los vacilantes gobiernos de centro izquierda,
como Argentina, Brasil y Uruguay, considerados por los halcones
de Washington como cómplices de aquellos. La ratificación
de Macri al frente de la Jefatura de Gobierno de la ciudad de
Buenos Aires es una noticia muy preocupante que hay que interpretar
a la luz de este proceso regresivo de alcance continental y que,
por eso mismo, excede los marcos de la política local y
puede eventualmente alcanzar significación nacional.
Para terminar: quienes en el gobierno y fuera de él están
enojados con los porteños les recomendamos leer y reflexionar
sobre este incisivo poema que Bertolt Brecht escribiera a propósito
de un acontecimiento sólo en parte similar al decepcionante
resultado electoral del domingo pasado: el enojo que suscitó
entre los gobernantes de la República Democrática
Alemana la insurrección popular de 1953:
“Solución”
“Tras
la sublevación del 17 de Junio a Secretaria de la Unión
de Escritores hizo repartir folletos en el Stalinallee indicando
que el pueblo había perdido la confianza del gobierno.
Y que podía ganarla de nuevo solamente con redoblados esfuerzos.
¿No sería más simple para el gobierno, en
este caso, disolver al pueblo y elegir otro?”.
Atilio Borón.
Comentario
del equipo de redacción de altos de la web:
Qué pena un hombre tan lúcido sigue teniendo problemas
para poder determinar quiénes son los amigos del pueblo
y quienes los que no lo son. En lugar de analizar el contexto
social capitalino adverso a los trabajadores, siempre el eje de
sus análisis se basan en puntualizar los yerros de las
conducciones de los movimientos nacionales. Para indicar el supuesto
camino correcto, siempre debe acudir a experiencias revolucionarias
tan lejanas como rechazadas por los propios pueblos que la gestaron.
En el Siglo XXI todavía la dogmática formación
de virtuosos hombres como el rector Atilio Borón sigue
incidiendo grandemente en su pensamiento político. Posiblemente
nunca podrá comprender la esencia de los movimientos nacionales
y populares, que para nosotros son igual de imperfectos, pero
que señalan el rumbo preciso hacia donde deben dirigirse
las grande mayorías populares.
Y ahora yendo un poco más a lo general: seguramente este
selecto grupo de pensadores marxistas teóricos (¿liberales
de izquierda?), nunca comprendan que la única lucha ideológica
real desde los albores del Siglo XX fue la confrontación
norte-sur que elípticamente fue transformada en una contienda
este-oeste siguiendo las premisas de Yalta y cada uno (Rusos y
Norteamericanos) a expoliar a los pueblos bajo su dominio bélico-territorial.
Lamentablemente por esa concepción en nuestro criterio
equivocada lo mejor de los cuadros juveniles de los años
70 ofrendaron su vida por una disputa sana para sus principios
pero equivocada conceptualmente.
En todo lo demás como siempre, brillante don Atilio.