La 
                categórica derrota sufrida días atrás por 
                el FpV en la ciudad de Buenos Aires impone la necesidad de analizar 
                profundamente las causas de lo ocurrido, sorteando tanto el autocomplaciente 
                triunfalismo de los perdedores -que creen que diciendo “ganamos” 
                van a derretir la coraza de la matemática electoral- como 
                el catastrofismo de la izquierda que cree que la ciudad ha sido 
                definitivamente ganada no sólo por la derecha sino también 
                por el fascismo.
              Ambas 
                lecturas son insanablemente erróneas y en caso de prevalecer 
                podrían ser la fuente de nuevas y mayores frustraciones 
                en los próximos meses. Los resultados del 10 de Julio son 
                la condensación de un conjunto de determinantes que no 
                son estáticos sino cambiantes y variables, y sobre los 
                cuales es posible hacer un trabajo político para modificarlos. 
                La izquierda y las fuerzas progresistas deberán hacerlo 
                cuanto antes; la derecha ya lo está haciendo, y esta es 
                una diferencia muy significativa. Lo que sigue es una enumeración 
                y breve análisis del papel jugado por algunos de los factores 
                que incidieron en producir los resultados del pasado domingo y 
                que damos a conocer con el objeto de promover un debate que no 
                debe ser clausurado por el triunfalismo de unos y el pesimismo 
                de otros. Dicho esto, vayamos al grano:
              Primero: 
                Buenos Aires lleva más de un siglo luchando por su autonomía 
                distrital. Por lo tanto, para un candidato a Jefe de Gobierno 
                de esta ciudad no hay peores credenciales que las que lo hacen 
                aparecer como un simple delegado de la Casa Rosada, preocupado 
                por “alinear” la ciudad con las prioridades y orientaciones 
                establecidas por el gobierno nacional. Por increíble que 
                parezca, ese error -que una parte del electorado, alentada por 
                la prensa hegemónica, lo interpretó como una tentativa 
                extorsiva de las autoridades nacionales- fue cometido por la Casa 
                Rosada y consentido por el candidato del kirchnerismo. En línea 
                con esta tesitura la presidenta designó autocráticamente 
                a Daniel Filmus como candidato a jefe de gobierno; armó 
                la lista de legisladores imponiendo en la cabeza de la misma a 
                Juan Cabandié, una persona honesta, íntegra y admirable 
                por su historia y su valentía pero muy poco conocida, “no 
                instalada” como se dice en los ambientes de la mercadotecnia 
                electoral; fijó también la presidenta la agenda 
                de la campaña con su vista puesta en el escenario nacional 
                y subordinando las necesidades y los temas locales; estableció 
                la estrategia general de la misma (por ejemplo, impidiendo que 
                Filmus fuera a debatir a TN; o “ninguneando” a los 
                integrantes de las colectoras que operaban a favor del oficialismo, 
                para no citar sino dos casos) y, para colmo de males, en el mismísimo 
                acto de lanzamiento de la campaña el candidato oficialista 
                fue completamente eclipsado por la vibrante oratoria de Cristina. 
                Con cierta benevolencia se podría entender –más 
                no justificar- este exacerbado verticalismo puesto de manifiesto 
                en el actual proceso electoral como una expresión inevitable 
                de la lucha que se está librando en el seno del peronismo, 
                donde la ascendente hegemonía kirchnerista pugna por relegar 
                definitivamente a los sectores más íntimamente ligados 
                al neoliberalismo de los nefastos noventas. Pero esta operación, 
                especialmente en el caso que nos ocupa, clamaba por la delicada 
                precisión de un cirujano y no la tosca rudeza del carnicero. 
                En síntesis: el gobierno nacional creó por su cuenta, 
                sin ayuda de nadie, algunas de las condiciones en las que luego 
                naufragaría el navío kirchnerista en aguas que no 
                les son precisamente favorables. El resultado, por lo tanto, no 
                puede sorprender a nadie. Fueron demasiados errores de entrada 
                y para colmo cometidos al mismo tiempo, potenciando así 
                sus más desastrosas consecuencias.
              Segundo: 
                se supuso, sin fundamento alguno, que la polarización obraría 
                simétricamente, agrupando las voluntades del electorado 
                en torno a dos polos, uno de derecha y otro “progresista” 
                o de centroizquierda. Se pensaba, además, que dada la alta 
                intención de voto de la que disfruta la presidenta en la 
                ciudad de Buenos Aires estas preferencias se trasladarían 
                mecánicamente a su candidato en el distrito. La experiencia 
                reciente ya había demostrado, en otras latitudes, la debilidad 
                de ese razonamiento: la altísima aprobación popular 
                con que Lula dejó la presidencia no se transfirió 
                a Dilma Rouseff, que tuvo que ir a un balotaje, y lo mismo ocurrió 
                con Tabaré Vázquez y “Pepe” Mujica y 
                Michelle Bachelet y Eduardo Frei, en este último caso con 
                resultados catastróficos. En suma: la práctica demostró 
                una vez más la fragilidad de ambos supuestos: la popularidad 
                de la presidencia y los altos índices de aprobación 
                de su gestión no se transfirieron sino en parte a Filmus, 
                y la polarización fue asimétrica, es decir: concentró 
                los votos en la derecha pero careció del empuje suficiente 
                como para hacer lo mismo con el conjunto de fuerzas colocadas 
                a la izquierda del centro político y unificarlas detrás 
                de su candidatura. Pero la tibieza y silencios de Filmus –espontáneos 
                o exigidos desde las alturas del Estado- ante algunos acontecimientos 
                marcantes de la coyuntura como el caso Schoklender y sus derivaciones; 
                los incidentes en el INADI; el apaleo a los maestros santacruceños 
                y antes el acampe de los qom, mal podían despertar el entusiasmo 
                necesario para concentrar el apoyo de las fuerzas sociales y políticas 
                de ese espacio y derrotar al macrismo. Fomentar la polarización, 
                como lo hizo el gobierno nacional, no podía sino favorecer 
                al oficialismo local encarnado por Macri que, astutamente aconsejado 
                por sus asesores, sacó provecho de esta equivocada táctica 
                de sus rivales.
              Tercero: 
                la Casa Rosada sobreestimó el impacto político de 
                la relativa bonanza económica por la que atraviesa el país, 
                pensando que ello sería suficiente para inclinar el fiel 
                de la balanza hacia el candidato del FpV. Subrayamos lo de “relativa” 
                porque si bien no se pueden desconocer las altas tasas de crecimiento 
                de la economía tampoco se puede dejar de notar la preocupante 
                incapacidad del Estado para mejorar significativamente la muy 
                injusta distribución del ingreso y la riqueza prevalecientes 
                en el país. Se desconoció un hecho elemental: la 
                bonanza económica favorece a los oficialismos, a todos 
                los oficialismos, con prescindencia de su signo político: 
                beneficia a Cristina pero también a Macri; a Gioja pero 
                también a Binner; a Urtubey pero también a Ríos. 
                Además, se subestimaron los efectos de la inflación, 
                cuyos guarismos reales –producidos, por ejemplo, por los 
                organismos técnicos de provincias gobernadas por el FpV- 
                nada tienen que ver con los imaginativos dibujos del INDEC que 
                sólo sirven para irritar a los sectores más humildes 
                que sufren en carne propia la expropiación cotidiana de 
                que son objeto por la inflación. Se subestimó asimismo 
                el malestar social que aqueja a amplios sectores de la ciudad 
                de Buenos Aires y para los cuales algunos de sus infortunios –como 
                la pobreza, el desempleo, la inseguridad, los malos servicios 
                públicos, el transporte, etcétera- se originan en 
                las políticas del gobierno metropolitano pero también 
                en las del gobierno nacional. Producto de este economicismo la 
                candidatura del oficialismo no pudo leer adecuadamente las demandas 
                de la ciudadanía porteña. Lo que estaba en juego 
                era un cargo ejecutivo distrital, lo cual obligaba a plantear 
                un programa específico destinado a resolver algunos de 
                los problemas concretos que afectan a los habitantes de esta ciudad. 
                En ese marco, las constantes alabanzas de Filmus a los progresos 
                macroeconómicos experimentados por la Argentina desde el 
                2003, el nuevo alineamiento latinoamericano de la política 
                exterior del kirchnerismo o la política de los derechos 
                humanos, cuestiones que en el plano nacional son muy importantes, 
                no sintonizaban con las preocupaciones mucho más modestas 
                de los vecinos. Se produjo así un embarazoso minué 
                dialéctico porque mientras Filmus exaltaba las virtudes 
                del desendeudamiento Macri decía “metrobús 
                en la Juan B. Justo”; aquél hablaba de la resolución 
                de la crisis del 2001-2002 y este de la pavimentación de 
                la avenida Patricios; el primero decía FMI y Macri respondía 
                diciendo que “inauguramos cuatro nuevas estaciones de subte”. 
                La irreflexiva hiper-nacionalización de la campaña 
                del FpV favoreció a Macri, porque lo hizo aparecer como 
                muy consustanciado con la problemática de la ciudad, y 
                perjudicó a Filmus, percibido como un intelectual que hablaba 
                de generalidades muy alejadas de la problemática cotidiana 
                de Buenos Aires.
              Cuarto: 
                el gobierno hizo gala de una deficiente lectura sociológica 
                de la ciudad. ¿Cómo explicar el triunfo de Macri 
                en las quince comunas? Se puede entender una victoria con el 55 
                % de los votos en la Comuna 2 (Recoleta) pero, ¿cómo 
                interpretar el 42 % obtenido en la 9 (Mataderos/Parque Avellaneda, 
                Liniers) o el 45 % conseguido en la 4 (Parque Patricios/Barracas/Pompeya/La 
                Boca)? ¿No se sabía acaso que una parte importante 
                de quienes venían declarando en las encuestas su intención 
                de votar a Cristina en la próxima elección también 
                habían expresado su voluntad de apoyar a Macri en la municipal? 
                Esto era vox populi. ¿Es posible que alguien en la Rosada 
                ignorara un dato tan básico como este? Y si no lo ignoraban, 
                ¿por qué no se diseñó una estrategia 
                de campaña adecuada para enfrentar ese desafío? 
                ¿O es que pensaban que porque el sur porteño es 
                mayoritariamente pobre su opción por el kirchnerismo estaba 
                garantizada de antemano, quienquiera que fuera su candidato o 
                su agenda de campaña? ¿Creyeron que porque Macri 
                es rico y favorece a los ricos los pobres irían automáticamente 
                a repudiarlo en las urnas? En 1995, ¿no se re-eligió 
                a Menem, colocado impúdicamente del lado de los ricos, 
                con el cincuenta por ciento de los votos? Ante los pobres sin 
                conciencia de clase la prepotencia del rico sólo por excepción 
                suscita resentimiento y rebelión; las más de las 
                veces provoca sumisión e intentos de emulación. 
                Si no, ¿cómo explicar la popularidad, en los estratos 
                más sometidos y pauperizados de las sociedades capitalistas, 
                de ricachones como Macri, Piñera, Martinelli (en Panamá), 
                Berlusconi y tantos otros? En el caso que nos ocupa también 
                se subestimó la importancia del gobierno municipal en la 
                contienda electoral. Este, al igual que el nacional, dispone de 
                un instrumento importantísimo de persuasión y de 
                propaganda política: la gestión. Y aunque muchos 
                votantes piensen –con razón- que la de Macri ha sido 
                menos que mediocre por ineficiente y corrupta, esa percepción 
                fue neutralizada, al menos en parte, por algunas modestas –y 
                a menudo demagógicas- políticas municipales; y por 
                la otra porque para amplios sectores de la ciudadanía la 
                ineficiencia y la corrupción de la gestión pública 
                son males endémicos en la vida política argentina 
                y desgraciadamente están resignados a ello.
              Quinto: 
                efecto autoengaño de las encuestas “truchas” 
                y el “diario de Yrigoyen”. Este es un peligro gravísimo 
                que aqueja a cualquier gobierno. El capítulo XXIII de El 
                Príncipe lo dedica Maquiavelo a examinar el pernicioso 
                papel de los aduladores, de los cuales aconseja a todo gobernante 
                huir. La nefasta proliferación de asesores y consultores 
                que sólo piensan en agradar a la presidenta y evitar transmitirle 
                “malas noticias” -como que la inflación existe, 
                que la sojización avanza a tambor batiente, y que la crisis 
                energética que se avecina será tremenda- se combina 
                con la tendencia, inherente a todos los gobiernos, al autoengaño. 
                En algunas circunstancias el resultado de esta conjunción 
                puede ser fatal. El “microclima” o el “entorno”, 
                categorías típicas del análisis político 
                de los argentinos, de hecho jugó un papel muy negativo 
                en la reciente coyuntura electoral. Tomemos sólo un caso, 
                aunque hay muchos en las diversas áreas de las políticas 
                públicas: ¿Cómo es posible que los encuestadores 
                elegidos por la Casa Rosada hubieran lanzado pronósticos 
                tan desacertados pocos días antes de las elecciones? Peor 
                aún, ¿cómo pudo alguien haber creído 
                en las rosadas previsiones que brotaban de sus encuestas, sobre 
                todo teniendo en cuenta los malos antecedentes que tenían 
                muchas de esas firmas de consultoría? ¿O será 
                que el propio gobierno cayó en la trampa de confundir un 
                dispositivo propagandístico: el uso de las encuestas como 
                medio de “manufacturar el consenso”, con un instrumento 
                de análisis para conocer la realidad? Cualquiera que sea 
                la respuesta a estos interrogantes sus resultados quedaron estampados 
                en el rostro estupefacto de los líderes del oficialismo 
                nacional la noche del domingo y la lastimosa soledad en que se 
                debatió Daniel Filmus.
              Sexto: 
                el pecado del sectarismo. Mientras el oficialismo nacional hacía 
                gala de un discurso que invocaba al pluralismo y la amplitud de 
                miras, su práctica era de una cerril intransigencia. Ni 
                una sola vez en toda la campaña recordamos haber visto 
                a Filmus apareciendo públicamente con los otros dos cabezas 
                de lista de las colectoras, Aníbal Ibarra (Partido Frente 
                Progresista y Popular) y Gabriela Cerruti (Alianza Nuevo Encuentro). 
                Grave error, si se tiene en cuenta que, como luego lo confirmarían 
                los hechos, fue gracias al aporte de estas dos fuerzas despreciadas 
                por la Casa Rosada que la candidatura oficialista pudo superar 
                el decepcionante 14 % cosechado por la lista “ultra K” 
                comandada por Cabandié (¡que obtuvo 30 puntos menos 
                que la lista del PRO!) hasta llegar al 27 % final. Esta actitud 
                habla de una visión estrecha, mezquina, egoísta 
                y a la larga suicida. El remate, rayano en lo alucinante, se escenificó 
                la noche del domingo en el bunker del FpV cuando la militancia 
                no tuvo mejor idea -recibida con beneplácito por Filmus, 
                Tomada y Alegre desde el proscenio- de cantar la “marchita” 
                para festejar el “triunfo” del FpV, ¡triunfo 
                consistente en haber obtenido cuatro puntos más que en 
                el 2007 a pesar de haber quedado a casi veinte de Macri! O sea: 
                derrota, negación, reperonización forzada y, al 
                mismo tiempo, lanzamiento por parte de Filmus de una convocatoria 
                amplia, a la izquierda y el progresismo, para derrotar a la derecha. 
                ¿Quién podría ser tan ingenuo como para creer 
                que con estas actitudes como esas se podrán sumar muchas 
                voluntades para librar la batalla decisiva contra Macri el 31 
                de Julio?
              Séptimo: 
                lo incomprensible. Filmus, un destacado sociólogo y hombre 
                de una dilatada trayectoria académica ¡rehusó 
                debatir con Macri! La excusa fue que TN o cualquiera de los ámbitos 
                controlados por los poderes mediáticos no ofrecían 
                garantías. Es cierto: pero habida cuenta de la superioridad 
                intelectual de Filmus sobre Macri el primero tendría que 
                haber aceptado debatir con el actual Jefe de Gobierno en cualquier 
                terreno porque sin duda lo habría vapuleado en la discusión 
                y demostrado, ante la ciudadanía, las limitaciones e inconsistencias 
                del pensamiento de Macri y su escaso conocimiento de las cuestiones 
                de la ciudad. Este resultado se habría verificado aún 
                con toda la plana mayor de TN jugándole en contra. Al día 
                de hoy no se logra entender la lógica de quienes le indujeron 
                a rehuir de dicha confrontación.
              Octavo: 
                aparte de los errores de la estrategia general de la campaña 
                Filmus fue víctima de los límites del proyecto político 
                del kirchnerismo en relación al macrismo y a los porteños. 
                En relación al macrismo, porque ni en la Legislatura de 
                la ciudad autónoma ni fuera de ella el kirchnerismo fue 
                capaz de oponer una resistencia eficaz a la política de 
                mercantilización y privatización de los espacios 
                y servicios públicos promovida por Macri. Peor aún: 
                no fueron pocas las piezas legislativas de inspiración 
                profundamente neoliberal en donde la colaboración de la 
                bancada kirchnerista fue decisiva para lograr su aprobación, 
                con lo cual la contraposición abstracta entre Macri y Filmus 
                se diluye al pasar al plano de las políticas e iniciativas 
                concretas. Por otra parte, la política del kirchnerismo 
                en relación a los porteños es irracional, reactiva, 
                visceral: para hostilizar a Macri se castiga a las porteñas 
                y los porteños, a los cuales se retiene en carácter 
                de rehenes del enfrentamiento. Un ejemplo: ¿no hubiera 
                sido mucho más inteligente colaborar con el gobierno de 
                la ciudad, aunque sea de signo contrario, para ampliar la red 
                de subterráneos o realizar algunas postergadas y necesarias 
                obras públicas que reclaman los vecinos? ¿No habrían 
                éstos reconocido que su concreción se hizo posible 
                gracias a la generosidad y amplitud de miras de la Casa Rosada, 
                con los lógicos beneficios para la candidatura de Filmus? 
                En lugar de eso se adoptó una política absurda que 
                castiga a los porteños y ofrece en bandeja de plata un 
                pretexto perfecto para justificar la incapacidad del macrismo, 
                atribuyendo todos sus fracasos a la falta de colaboración 
                del gobierno nacional. Seguramente algún consultor debe 
                haber dicho que la irritación de los vecinos se convertiría 
                por artes de magia en una saeta que erosionaría la base 
                electoral del macrismo. 
              Noveno: 
                hace por lo menos ochenta años que la sociología 
                corroboró empíricamente que los efectos de la propaganda 
                no son ni lineales ni acumulativos. Esto es: pasado cierto umbral 
                la machacona persistencia de una campaña que, por ejemplo, 
                diga que Macri es inepto o corrupto comienza primero a tener una 
                eficacia decreciente y luego, y esto es lo más importante, 
                un efecto paradojal que opera como un boomerang en contra de quienes 
                administran la campaña y pasa a jugar a favor del blanco 
                de sus ataques. El empecinamiento en criticar al macrismo (más 
                allá de las abundantes razones que hay para hacerlo) terminó 
                por victimizarlo y luego por blindarlo ante cualquier ataque: 
                pese a estar procesado judicialmente y al sesgo ostensiblemente 
                privatista y “pro-mercado” de su gestión la 
                ciudadanía lo ratificó con su voto. Para colmo, 
                la reacción de Macri ante la torpeza de la campaña 
                fue muy astuta: mientras sus detractores le decían de todo 
                (que era un imbécil, vacío, corrupto) él 
                asumía con maestría actoral su condición 
                de víctima y respondía con serenidad a las desaforadas 
                descalificaciones de sus adversarios ofreciendo estoicamente la 
                otra mejilla y exhortando al diálogo y la tolerancia. Los 
                resultados están a la vista.
              Décimo: 
                el remate de esta colección de desatinos se desencadenó 
                luego de conocidos los resultados del domingo. Altos funcionarios 
                del gobierno y voceros o intérpretes oficiosos del mismo 
                (como Fito Páez, entre otros) salieron a decir toda clase 
                de barbaridades contra los porteños, o la mitad de ellos. 
                Primero, desconociendo que una parte de los votantes de Macri 
                (y no una fracción insignificante) lo serán también 
                de Cristina si es que la racionalidad logra posarse entre Olivos 
                y la Casa Rosada como para evitar la reiteración de tantos 
                exabruptos. Segundo, desconociendo que esa misma ciudad que eligió 
                a Macri antes había elegido, y re-elegido, a Aníbal 
                Ibarra, aliado entonces y ahora del gobierno nacional y había 
                consagrado senador al actual candidato oficialista Daniel Filmus. 
                Tercero, que cada vez que Buenos Aires tuvo una oferta razonablemente 
                seria y competitiva de izquierda o de centro izquierda la consagró 
                con su voto: desde Alfredo Palacios en 1904 hasta Aníbal 
                Ibarra hace pocos años atrás, pasando por la elección 
                del mismo Palacios como senador en 1961 agitando como una de sus 
                principales banderas la irrestricta defensa de la Revolución 
                Cubana.
              De 
                todo lo anterior se desprende que en vez de quejarse de los vecinos 
                de Buenos Aires los quejosos harían bien en mirar a la 
                viga que tienen clavada en sus ojos y que les inhibe de ver la 
                realidad social que los circunda y los límites y contradicciones 
                de un proyecto político que se debate entre la radicalización 
                -¡nada que ver con la “profundización del modelo”, 
                basado en la sojización, la minería de cielo abierto, 
                la primarización de la economía, la regresividad 
                tributaria, la informalidad laboral y los privilegios al capital 
                financiero consagrados por la Ley de Entidades Financieras de 
                Martínez de Hoz, aún vigente!- radicalización, 
                decíamos, o estancamiento y posterior derrota en caso de 
                que aquélla no sea llevada a la práctica trascendiendo 
                el plano de la retórica para instalarse en el terreno más 
                productivo de las políticas concretas de estado. Esto requiere 
                abrir paso a una nueva agenda de transformaciones profundas de 
                la vida económica y social que sólo será 
                viable si se cuenta con la movilización y organización 
                autónoma de los sectores populares, al margen de los desgastados, 
                desprestigiados e inservibles aparatos cegetistas o pejotistas 
                con los cuales el gobierno intentó, infructuosamente, neutralizar 
                la reacción de los “agrarios” durante la discusión 
                de la 125.
              Si 
                Macri triunfó en la primera vuelta del pasado 10 de Julio 
                fue precisamente porque las limitaciones del kirchnerismo le impidieron 
                construir un muro de contención ante los avances del neoliberalismo 
                en versión macrista. Pero es preciso no engañarse: 
                Macri por ahora es un fenómeno local, de Buenos Aires, 
                pero parece ser el personaje destinado a reunir en torno a su 
                figura las voluntades de toda la derecha argentina que hace tiempo 
                viene buscando un líder que sintetice sus múltiples 
                intereses. De la noche a la mañana lo que antes era “el 
                límite” para Ricardo Alfonsín ahora se ha 
                convertido en un aliado imprescindible, y Duhalde y Carrió 
                procuran subirse al carro triunfador del macrismo arrojando por 
                la borda cualquier escrúpulo ideológico. Según 
                se vaya moviendo la coyuntura, y las fuerzas que en ella operan, 
                Macri podría convertirse en la expresión argentina 
                de lo que Sebastián Piñera es en Chile, Alan García 
                en el Perú, Juan M. Santos en Colombia, Laura Chinchilla 
                en Costa Rica, Ricardo Martinelli en Panamá y Felipe Calderón 
                en México: el rostro de un proyecto restaurador de la derecha 
                radical y abiertamente pro-imperialista (para el cual el PRO parece 
                ser el más indicado, al menos por su nombre) concebido 
                por Washington y ejecutado bajo la dirección de una vasta 
                red de organizaciones de todo tipo (“tanques de pensamiento”, 
                universidades, empresas, partidos, medios de comunicación) 
                dirigida por José M. Aznar en España y la FAES, 
                la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, 
                contando con ingentes aportes del Fondo Nacional para la Democracia 
                y diversas agencias y organizaciones abiertas o encubiertas del 
                gobierno estadounidense. Proyecto restaurador que tiene por objetivo 
                borrar de la faz de la tierra no sólo a la Revolución 
                Cubana sino a los procesos bolivarianos en curso en Venezuela, 
                Bolivia y Ecuador y a los vacilantes gobiernos de centro izquierda, 
                como Argentina, Brasil y Uruguay, considerados por los halcones 
                de Washington como cómplices de aquellos. La ratificación 
                de Macri al frente de la Jefatura de Gobierno de la ciudad de 
                Buenos Aires es una noticia muy preocupante que hay que interpretar 
                a la luz de este proceso regresivo de alcance continental y que, 
                por eso mismo, excede los marcos de la política local y 
                puede eventualmente alcanzar significación nacional.
                Para terminar: quienes en el gobierno y fuera de él están 
                enojados con los porteños les recomendamos leer y reflexionar 
                sobre este incisivo poema que Bertolt Brecht escribiera a propósito 
                de un acontecimiento sólo en parte similar al decepcionante 
                resultado electoral del domingo pasado: el enojo que suscitó 
                entre los gobernantes de la República Democrática 
                Alemana la insurrección popular de 1953:
              “Solución” 
                
              “Tras 
                la sublevación del 17 de Junio a Secretaria de la Unión 
                de Escritores hizo repartir folletos en el Stalinallee indicando 
                que el pueblo había perdido la confianza del gobierno. 
                Y que podía ganarla de nuevo solamente con redoblados esfuerzos. 
                ¿No sería más simple para el gobierno, en 
                este caso, disolver al pueblo y elegir otro?”.
                Atilio Borón.
              Comentario 
                del equipo de redacción de altos de la web:
              
                Qué pena un hombre tan lúcido sigue teniendo problemas 
                para poder determinar quiénes son los amigos del pueblo 
                y quienes los que no lo son. En lugar de analizar el contexto 
                social capitalino adverso a los trabajadores, siempre el eje de 
                sus análisis se basan en puntualizar los yerros de las 
                conducciones de los movimientos nacionales. Para indicar el supuesto 
                camino correcto, siempre debe acudir a experiencias revolucionarias 
                tan lejanas como rechazadas por los propios pueblos que la gestaron.
                En el Siglo XXI todavía la dogmática formación 
                de virtuosos hombres como el rector Atilio Borón sigue 
                incidiendo grandemente en su pensamiento político. Posiblemente 
                nunca podrá comprender la esencia de los movimientos nacionales 
                y populares, que para nosotros son igual de imperfectos, pero 
                que señalan el rumbo preciso hacia donde deben dirigirse 
                las grande mayorías populares.
                Y ahora yendo un poco más a lo general: seguramente este 
                selecto grupo de pensadores marxistas teóricos (¿liberales 
                de izquierda?), nunca comprendan que la única lucha ideológica 
                real desde los albores del Siglo XX fue la confrontación 
                norte-sur que elípticamente fue transformada en una contienda 
                este-oeste siguiendo las premisas de Yalta y cada uno (Rusos y 
                Norteamericanos) a expoliar a los pueblos bajo su dominio bélico-territorial.
                Lamentablemente por esa concepción en nuestro criterio 
                equivocada lo mejor de los cuadros juveniles de los años 
                70 ofrendaron su vida por una disputa sana para sus principios 
                pero equivocada conceptualmente.
                En todo lo demás como siempre, brillante don Atilio.