Precisamente,
en su último libro, y con la excusa de indagar sobre la
figura de Leopoldo Lugones, Mucci se mete de lleno en una relación
poco explorada: la de los intelectuales y el poder. Una relación,
conflictiva si las hay, hoy reavivada con el surgimiento de grupos
de intelectuales a favor y en contra de un Gobierno acostumbrado
a instalar debates políticos en la sociedad. ¿Es
bueno o malo que un intelectual se involucre en el poder? Y si
fuera sí, ¿a qué distancia debería
mantenerse? ¿Qué lugar tienen hoy los intelectuales
en la Argentina? En 2000, Mucci publicó una biografía
de la escritora Marta Lynch (La señora Lynch), cuyo zigzag
ideológico, similar al de Lugones, pasó de la Revolución
Cubana al apoyo de la dictadura.
La
vida de Marta Lynch también terminó como la del
poeta: con un tiro en la cabeza, después de haber sido
rechazada por el alfonsinismo gobernante por colaboracionista
de los represores.
–¿Por
qué eligió a Lugones para relatar la relación
entre los intelectuales y el poder político?.
–De
Lugones me atraía lo mismo que de Marta Lynch: un hombre
que empieza siendo anarquista, luego socialista y termina proclamando
la hora de la espada, convirtiéndose en el ideólogo
del golpe del 30 y, por extensión, de los que vinieron.
Es decir, crea al Ejército como actor político.
Igual que Marta Lynch, Lugones termina suicidándose y marginado
del poder al que tanto había buscado acercase. Pero mientras
más investigaba sobre Lugones y la historia trágica
de su familia, más me aparecían escenas de escritores
e intelectuales en distintos momentos de la historia y su relación
con el poder.
–Es
muy fuerte el relato que hace de Borges y Sabato almorzando con
Videla.
–Sí,
eso fue algo tremendo que, en el caso de Borges, los intelectuales
no le perdonaron durante mucho tiempo. Aunque hoy incluso la izquierda
valora a Borges más allá de sus terribles errores
políticos. A diferencia de lo que ocurría unas décadas
atrás, hoy a nadie se le ocurriría desacreditar
la literatura de Borges por aquel encuentro, del cual él
más tarde se arrepintió. En realidad, y a diferencia
de Lugones, Borges opinaba sobre política porque los periodistas
lo buscaban para que opine de todo, pero no le interesaba en absoluto.
–En
la Argentina hay mucha producción académica valiosa
y, sin embargo, no parece tener conexión con la política,
¿por qué?
–Porque
la Argentina, históricamente, le ha dado la espalda a sus
intelectuales. Con el suicidio de Lugones se agotó un modo
de ser del escritor argentino, aquel que desde los próceres
de Mayo unían la literatura con la política. El
país cultivó desde sus orígenes elites intelectuales
destinadas a la organización del Estado. La generación
del 37, por ejemplo, no sólo sentó las bases de
la República sino que sus protagonistas también
fueron los autores de las primeras obras clásicas de la
literatura argentina. En aquel origen se dio la situación
única y excepcional de que nuestros estadistas fueran hombres
de letras y los fundadores de nuestra literatura fueran estadistas.
Después, el rol de los escritores se iba a tornar más
modesto. Y confuso. Más adelante, durante el gobierno de
Frondizi, muchos escritores se involucraron en su proyecto. Y,
dicho sea de paso, el propio Frondizi, autor de Política
y petróleo, fue el único intelectual argentino en
llegar al gobierno. Aunque tal vez en esa lista habría
que incluir, también, a Chacho Álvarez.
–Usted
menciona varias veces la desconfianza que generaban o quizá
generan los intelectuales en la sociedad, ¿cómo
lo explica?
–Desconfianza
y descalficación. Ya en democracia, Aldo Rico decía
que la duda es la jactancia de los intelectuales… Y este
año, en lo de Marcelo Tinelli, cuando hacía el programa
con los políticos, un día insertó un bloque
cultural. Aparecía entonces uno de sus cronistas en la
puerta del Museo del Prado, y apenas sale un hombre, el enviado
lo entrevista para ridicularizarlo. Así, mientras el entrevistado
contaba sobre los cuadros de Goya y Velázquez que había
visto, “La Argentina nunca tuvo una política cultural”
el entrevistador se metía el dedo en la nariz o en los
genitales. Lo sometía a las burlas más obscenas
en el programa de mayor rating de la Argentina. ¿Y qué
quiere decir con esto? Que la cultura aburre y no sirve para nada:
es decir, una idea que viene trabajándose en la sociedad
desde hace mucho tiempo. La Argentina de los sesenta y setenta
fue un país que valoraba a sus artistas, pero ese lugar
se perdió. Y hoy hemos caído muy bajo.
–Los
intelectuales también se atacan entre sí...
–Es
que se comportan y se pelean como divos, aunque realmente, si
nos fijamos en el ranking de ventas, los escritores argentinos,
salvo excepciones, venden muy poco. Así que, divos podrán
ser, pero hoy sólo de espacios reducidos.
–¿Perón
también desconfiaba de los intelectuales?
–Sí,
también. Con el peronismo llegaría, además,
el eslogan “Alpargatas, sí; libros, no”, la
censura y las manifestaciones autoritarias.
–Sin
embargo, había escritores que simpatizaban con Perón,
como Leopoldo Marechal, Jauretche…
–Había
otros, también: Fermín Chávez, María
Granata, Julia Prilutzky Farny, José María Castiñeira
de Dios, que fue subsecretario de Cultura. Para Jauretche y Homero
Manzi, Perón es el continuador de las políticas
de Yrigoyen, por eso deciden apoyarlo, pero después también
son marginados. Igual
que los demás.
–En
la crisis de 2001, hubo más arte que nunca. Parece contradictorio
con lo que venimos hablando…
–Sí,
yo digo en el libro que en la Argentina hay más necesidad
de hacer teatro que de verlo. En general, la gente tiene necesidad
de hacer algo además de su trabajo: un taller literario,
teatro, cerámica, mimo. Y esta necesidad de arte no es
tan común en otros países.
–También
tenemos eventos, como la Feria del Libro, que es muy convocante.
–Sí,
los eventos o mega eventos son convocantes, pero la cultura no
se agota en eso. La cultura también tiene un enorme potencial
como constructora de ciudadanía y factor de inclusión
social. Pero la realidad es que, para los políticos, nunca
ha sido una prioridad. Y la verdad es que en la Argentina nunca
se ha desarrollado una política cultura.
Fuente:
Noticias Urbanas.