Suena la alarma, 6 de la mañana, te levantas rápido, quizás tomas dos mates o un café rápido y salís rápido, corres el bondi o vas rápido al subte, todo es RAPIDO!

Todos corren, se apuran, se pelean por el lugar en la fila del colectivo, en la fila del banco, el la fila del supermercado, la paciencia es casi nula, abrís el celu y queres que sea veloz, queres que pase rápido el día para volver a tu casa, y otra ves, salís apurado, corres el colectivo, saltas al subte cuando sonó la alarma que cierra las puertas, vas como sardina en lata pero no importa, llegaras rápido!

Y en tu casa? Mates, bañarse, preparar la cena, los niños, sus tareas de la escuela, el perro que hay que sacarlo a pasear, y así sigue hasta que te vas a dormir, a la mañana siguiente lo mismo, suena la alarma, 6 de la mañana, te levantas rápido, quizás tomas dos mates o un café rápido y salís rápido, corres el bondi o vas rápido al subte y así andamos, alterados!!!

Los porteños somos así, acelerados, estamos pasados de adrenalina, corremos por el mango y corremos por todo, ahora espera dos minutos y ponete a pensar mas despacio, por que somos así? Quien nos corre? , que nos pasa, que nos altera? Nosotros mismos, y contagiamos a todos, todos hacemos sinergia y estamos en la misma sintonía, no nos damos cuenta por que es nuestra “normalidad” pero te voy a contar una anécdota que me paso hace poco en el subte B, que me hizo pensar mucho sobre nosotros los porteños, lo acelerados que somos y por que todo eso que hacemos forma parte de “nuestra normalidad”

Una mañana, tipo 8 am, estaba esperando el subte B en la estación Federico Lacroze, a esa hora viene que revienta ya el subte, desde su cabecera en Rosas, en el anden había bastante gente y me llamo la atención un muchacho de unos 18 o 20 años vestido con bombacha de gaucho, alpargatas, camisa, pañuelo al cuello y boina, estaba “tuneado” como gente de campo, ese fue mi pensamiento de porteña, este muchacho estaba acompañado por un señor que vestía jean y remera,  llega el tren a la estación ya con gente parada pero todavía había lugar para meterse, ese es el típico pensamiento del porteño, todavía hay lugar!

Ingresamos todos al vagón del subte, ya se había llenado mucho mas, se cerraron las puertas y emprendimos viaje hasta las próximas estaciones, Dorrego, Malabia y ya en Ángel Gallardo la poca gente que logró subir hizo que todos los demás quedemos en modo “sardina enlatada” Cuando el tren arranca el muchacho campesino comienza en voz alta a gritar y desesperarse diciéndole al señor que lo acompañaba que por lo que escuche era su tío, ..”Por favor tío me quiero bajar, esto es una locura, me quiero volver al pueblo, no aguanto mas, ustedes están todos locos, mis vacas viajan mejor, mis gallinas son mas educadas” … estos dichos entre otros que ya no recuerdo, son los que mas me llamaron la atención a mi y a todos los que estábamos en el vagón.

La mayoría de la gente que estaba en el vagón  comenzó a reír a las carcajadas y le decían al muchacho, bienvenido a Buenos Aires pibe!, acá somos así, esto es lo de siempre!, viajamos así y vivimos así, y no paraban de reírse por la desesperación y la fobia que le había agarrado al muchacho que horrorizado bajo en la siguiente estación abrumado por la asfixia que sintió y que para nosotros no existe por que es nuestra “normalidad”

Estamos re locos? Si claro que si, pero como ya es nuestra normalidad no nos damos cuenta, hacemos las cosas como robots, vamos, venimos, vivimos de una forma tan especial que los que vienen de afuera salen espantados al vernos correr y hacinarnos sin que nadie nos obligue, sin que nadie nos corra, somos así y así vivimos como le dijo aquella señora en el subte ese día al muchacho.

Andrea Scatturice.
Editora-Altos de la web

Cuando éramos chicos jugábamos a ser invisibles. Ya adultos, cientos de vecinos de una zona de Villa Crespo que incluye la intersección de Darwin y Corrientes y las calles Camargo, Humboldt, Villarroel, Vera y Ramírez de Velasco lo hemos logrado: somos invisibles. Nadie nos ve. A nadie le importamos.
Escribo esto en el hotel en el que vivo desde que me fui de mi casa, un departamento sobre la calle Darwin donde no hay luz desde el martes 16 de este mes. Hoy es sábado 20, mediodía. Allá, en mi casa, no hay luz como no hubo del 5 al 8 de febrero y, antes de eso, el 6 de enero y, antes de eso, en diciembre de 2015 y, antes de eso, en octubre y, antes de eso, en agosto y, antes de eso, durante los cuatro meses -de enero a mayo de 2015- en los que Edesur nos conectó a 80 vecinos, después del incendio de una cámara, a un generador.
Cuando arreglaron el desperfecto, los operarios aseguraron jocosamente que no se nos cortaría el suministro durante los siguientes 20 años. Fueron los 20 años más cortos de la historia.

En mi edificio de la calle Darwin están Esther, de 92 años, que desde principios de mes vive encerrada en su departamento sin siquiera el consuelo triste de la televisión; y Lucy, de 87, cuya guapura se sostiene porque, entre otras cosas, baja a hacer las compras todos los días, pero, sin ascensor, se ve reducida a una minusvalía involuntaria. Y está Luis, mi vecino del lavadero que ya perdió dos semanas de trabajo. Y los dueños del supermercado chino, que ven huir a los clientes de a decenas. Y estoy yo, que en algún momento tendré que regresar pero no sé cómo, porque persisto en esta estúpida tarea de escribir que requiere -qué pretensión- una computadora, conexión a Internet y electricidad.
Quizá la luz vuelva esta tarde, o mañana, o pasado. No importa. Lo único seguro es que volverá a irse: desde 2014 el suministro eléctrico en esta parte de la ciudad viene y se va como una lotería macabra y, cuando la temperatura supera los 28 grados, los vecinos aprendimos a sentir pánico como aterrados perros de Pavlov.
Si el estado de la red eléctrica en la Capital es deplorable, esta es zona de guerra: hay cortes todos los días, a veces de semanas enteras, y ninguna señal de que se esté haciendo algo, de que alguien tenga registro del tamaño de esta calamidad. Ahora, recién decretada la emergencia energética, los vecinos a oscuras de esta parte de Villa Crespo vivimos en estado de eterna zozobra, ardiendo en casas ardientes, recibiendo ante los reclamos a la empresa respuestas de impavidez animal, mientras vemos cómo a nuestro alrededor la ciudad atraviesa la noche encendida cual torta de cumpleaños: se hacen partidos de fútbol hiperiluminados, se celebran enérgicos recitales de rock, derraman luz los shoppings y vomitan chorros de voltios los carteles publicitarios. ¿La emergencia energética era esto: aumento de tarifas, cortes programados y unos cuantos cientos soportando la falta de luz mientras el resto salta y baila y ruge sin ver la catástrofe ajena?

Quizá sea una regla y, con los años, uno termina por odiar lo que amaba. Yo amaba los veranos. He aprendido a odiarlos sin esfuerzo.
El ministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren, pidió hace dos días disculpas a los usuarios que no tenemos luz. No necesitamos disculpas: necesitamos respeto. Y que nos vean. Y ser ciudadanos como todos los demás.

En la intersección de las calles Cordarco y Gutemberg en la Comuna 15 no se puede transitar, las calles están destruidas y cuando llueve se genera una cantidad de barro impresionante, debido a eso los vecinos no pueden cruzar caminando por el lugar.
Varias personas del barrio le acercaron el reclamo a la Juntista Camila Rodriguez del FPV que relevo la zona y pudo comprobar el real problema de lo que ocurre con estas calles. Hace rato que el Gobierno de la Ciudad no repara esta esquina y la situación es cada día más complicada.
“Esto hay que solucionarlo lo antes posible, el problema es que el Presidente Jorge Lucchesi no nos deja acceder a los juntistas al sistema de reclamos y nos niega las claves. Entonces es muy difícil poder trabajar de manera concreta y correcta. Con esta actitud el único perjudicado es el vecino” Afirmo Rodriguez