El
jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri y el Ministro de
Educación Esteban Bullrich firmaron el decreto Nº
56/10 que renueva los contratos de 4000 docentes de la Ciudad,
que se desempeñan en programas especiales del Ministerio
y que, hasta la fecha tenían incertidumbre sobre su continuidad
laboral. La medida también garantiza la continuidad de
los programas del Ministerio previstos para el 2010.
El
decreto renueva los contratos del personal perteneciente a la
planta transitoria docente orientada a llevar a cabo acciones
educativas en todos los niveles.
Los
programas dependen de la Unidad Ministro y de la Subsecretaría
de Inclusión Escolar y Coordinación Pedagógica
y la modalidad de contratación se debe a que se trata de
programas de duración determinada que responden a objetivos
específicos, razón por la cual no pueden ser contratados
como planta permanente.
La
Planta Transitoria Docente (P.T.D.) es creada anualmente por un
Decreto firmado por el Jefe de Gobierno de la Ciudad. Estos cargos,
horas o módulos, pertenecen a programas educativos para
reforzar todos los niveles de educación, inicial, primario,
secundario y educación no formal. En algunos casos son
programas de actividades no obligatorias y complementarias para
el alumno, en otros casos están concebidos para reforzar
el apoyo técnico en las distintas áreas de educación.
Nos
parece una medida acertada pero mejor hubiera sido que todos los
trabajadores pasen a la planta permanente del Ministerio de Educación
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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“Seamos
claros: soy nazi.” Así empieza un texto de Ignacio
B. Anzoátegui. Autor católico, furioso antimarxista,
antiliberal, pluma ágil, acerada, sabía herir fieramente
con sólo una frase: “Dijo Gobernar es Poblar. Y nunca
se casó” (sobre Alberdi en Vidas de muertos). Hoy
está olvidado, pero muchos lo recuerdan y veneran. La frase
Seamos claros: soy nazi es un ejemplo de algo que llamaremos verdad
incondicional. Al falangista y nazi Anzoátegui no le preocupan
los condicionamientos de la verdad. Sólo le importa decirla.
Una verdad –sobre todo en política: Anzoátegui
era un ideólogo y un político– se pronuncia
en medio de múltiples condicionamientos. Está condicionada
por el tiempo: ¿es el momento de decirla? Ese momento está
condicionado por la circunstancia que atraviesa el partido político
en que se ubica el que dice la “verdad”. De aquí
que los intelectuales se sientan excesivamente condicionados dentro
de los partidos políticos. “Guárdese este
artículo, che. Por ahora no podemos decir eso. No podemos
–escuche bien– ni que se sospeche que lo pensamos.”
“Pero yo lo pienso ahora y quiero decirlo ahora.”
“Oiga, idiota, usted se metió en un partido. El que
decide cuándo hay que decir algo es el partido. No usted.
O lo entiende o se va.” El momento de una verdad no es,
entonces, el que surge de la conciencia del intelectual orgánico,
sino de la coyuntura del partido. Vivimos en medio de complejas
tramas históricas. En cada una de ellas hay cosas que se
pueden decir, otras mejor no.
Me
refiero al error-Posse. Macri decide ponerlo en un cargo de alta
jerarquía. ¿Sabía quién era Posse,
qué pensaba? Por bien de Macri debemos postular que sí.
La otra postulación –que no sabía nada–
es absurda o lo arroja al dilatado universo de la política
en tanto vaciedad o bobería. Dejemos de lado la bobería.
Concentrémonos en la política en tanto vaciedad.
Macri podría decir que es la que él ha prometido
y desea ejercer. Recordará que se presentó ante
el electorado como un buen administrador, como un exitoso hombre
de negocios, talento que le venía de un linaje familiar
que su padre expresaba lustrosamente, un poco a lo Corleone, pero,
¿a quién le importa?
La política allá Corleone es una de las grandes
caras del capitalismo actual y saber manejarse en sus sombríos
y, con frecuencia, sucios y hasta peligrosos laberintos es un
arte no desdeñable. Todo buen administrador debe conocer
ese arte. El corleonismo no tiene ideología. Sólo
quiere hacer negocios en un medio fértil y que otorgue
seguridad, la seguridad que ha pedido ese señor norte-americano
que no hace poco vino al país para declararlo inseguro.
Lógico: si está gobernado por guerrilleros sedientos
de venganza, fue su mensaje subterráneo, que se cuidó
de decir. Porque se podía decir una verdad. Pero no toda
la verdad. Acaso diciendo una parte se adivine la otra. Así,
Macri fue –hasta no hace mucho– el administrador pulcro.
No le salía una, es cierto. Pero tampoco incurría
en estridencias ideológicas que señalaran que no
era lo que decía ser: un apolítico que viene a administrar
una empresa. Si le creemos esto podríamos creerle que poco
sabía de Posse. Que lo puso porque pensó que haría
una gestión adecuada. Porque la política ya no es
política, ya no es ideología, es gestión.
“Venga y gestione, doctor Posse. Gestione la educación.”
Poco
tiempo antes le había pedido a un policía con pinta
de duro que gestionara la policía y el orden en la ciudad
de Buenos Aires. Caramba, lo que es buscar sólo la eficacia
sin prestarle atención –por secundarias– a
otras facetas de aquéllos a quienes se les pide esa eficacia.
Sucedió que este policía había sido eficaz
pero por medios no convencionales. O tal vez demasiado convencionales.
Porque, ¿qué es lo convencional? Primera posibilidad:
¿Arrestar a un sospechoso y torturarlo hasta hacer de él
no un sospechoso sino un culpable, tal vez muerto, pero culpable
al fin? Segunda posibilidad: ¿O arrestar a un sospechoso,
considerar que es inocente porque no se ha demostrado su culpabilidad,
respetar sus derechos humanos (que son los de los ciudadanos ante
los posibles excesos del Estado y no al revés), buscarle
un abogado y luego juzgarlo? Nos guste o no (y no nos gusta),
la convencional es la primera posibilidad. De aquí que
los derechos humanos sean para los delincuentes y no para los
policías.
La derecha suele indignarse por eso. Sucede que es ignorante o
finge serlo. Los policías son parte del Estado. Todos pagamos
para que el Estado tenga policías, les dé casa y
comida y los destine a protegernos. Al policía lo protege
el Leviatán. Nada menos. Pero el Leviatán suele
ser brutal, suele vejar a quienes atrapa, suele torturarlos para
arrancarles confesiones o lo que sea. Para esta gente –en
conocimiento de esas situaciones– se han creado los organismos
de derechos humanos. Hay que entenderlo. Porque no hay gobernador
de la provincia de Buenos Aires que haya asistido al sepelio de
un policía muerto en un enfrentamiento con delincuentes
a quien no se le parara al lado un comisario temible y, señalando
al muerto, no le preguntara: “¿Y para él?
¿No hay derechos humanos para él?”. No, él
tiene que respetar los derechos humanos.
El es el Estado. Y a él, como parte del Estado, es el Estado
el que debe cuidarlo. Es así. Lo demás es escoria
ideológica fascista que está diciendo: “Si
los subversivos de los organismos de derechos humanos no se ocupan
de los policías que mueren es porque están a favor
de la delincuencia. Si los policías no tienen derechos
humanos, no tienen por qué concedérselos a los delincuentes”.
Que es lo que quieren demostrar los amigos del gatillo fácil
y la picana. Como el error-Posse. Que hasta eso defendió.
A la policía del gatillo fácil.
Posse dijo la verdad. Dijo la verdad que no había que decir.
La que desnudó a todos. En primer lugar, a Macri. No es
un pulcro hombre de gestión. Tiene ideología. Está
atiborrado de ideología. El otro candidato era el rabino
Bergman. Habría sido fascinante escucharlo. Tuvo una idea
genial, claro que sí. No a cualquiera se le ocurre la propuesta
de reemplazar en el Himno la palabra libertad por la de seguridad.
A algunos les habrá gustado. Pero muchos fachos antisemitas
se habrán encendido de furia: “No se puede sumar
a los judíos a nuestra causa patria. Apenas toman algo
de vuelo ya nos quieren cambiar el Himno”.
Posse cayó víctima de la verdad incondicional. No
quiso condicionar su palabra. Largó lo que sentía
y lo que pensaba. ¿Macri lo autorizó? ¿Pensó
que el ambiente ya estaba maduro para un tipo así? ¿Le
dijo dale, largate que no pasa, que ya es hora de decir las cosas
de frente? Posee las dijo así. De frente. Que el gobierno
es troskoleninista. Que está lleno de guerrilleros, que
ese resentimiento los lleva a juzgar a los militares, que se incurre
en un “exceso de justicia”. Lo meritorio de Posse
es que dijo lo que toda la derecha piensa y no dice o lo dice
con veladuras, con cautela, con esprit de finesse. Posse es a
Macri lo que Cabildo a Morales Solá. Tengo un par de amigos
en el Ministerio de Defensa que me han confesado su metodología:
para entender qué quieren realmente decir, decir a fondo,
los artículos de Grondona y Morales Solá los cotejan
con los de Cabildo. Pero, qué cosa con este gobierno de
Cristina Fernández. Confunde a tantos.
Me llegó un mail de un aprendiz de politólogo en
el que se propone a la militancia aguerrida derrotar a los enemigos
del pueblo, redistribuir la riqueza, terminar con el hambre, que
no haya más pobres, que paguen más los que más
tienen y conquistar una patria liberada. Se parece a la Proclama
del ERP ante la asunción de Cámpora. “Este
gobierno es reaccionario porque no va a expropiar a la oligarquía
ni a los monopolios”, etc... El método es más
que conocido, eterno: se ponen bien a la izquierda y acusan a
todos los demás de posibilistas, cobardes o reaccionarios.
Total, nunca van a ser gobierno ni tener que rendir cuentas. Las
palabras les salen gratis. Las promesas también. Con sus
grandes proyectos se compran una gran moral y desde ahí
escupen a todo el mundo. Posse, sin embargo, no ve en este gobierno
a un conjunto de posibilistas que no hacen nada por el pueblo.
Ve troscos por todas partes. Ve marxistas. Ve montoneros. Ve gente
con arito. Ve rockers que van a cantar con las Madres. Posse,
en suma, no dijo su verdad. Dijo la verdad de la derecha argentina.
Esa que no salió a condenarlo. Porque –por ahora
con cautela– piensa como él. Tal vez la democracia
esté en deuda con este hombre hasta los días de
su ocaso, que ya llegaron.
Gentileza José Pablo Feinmann.
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